San Eloy, el orfebre (1 de diciembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

ay que estar el Corpus Cristo en Toledo, aunque solamente sea unos minutos, apostado en cualquiera de sus calles angostas, empinadas, empedradas, florecientes de sombra y de Sol. Hay que estar en Toledo ese día para que la mirada se deslumbre al paso del milagro de esa Custodia, que para mí es el símbolo de todas las custodias sagradas, la obra de arte por excelencia, la catedral donde Dios habita eternamente. Hay que arrodillarse con el ama para extasiarse ante esos 12500 tornillos que engarzan a 5600 piezas que sostienen a 260 figuras, todo ello modelado con 183 kilogramos de plata y 18 de oro. Y hay que darle gracias a Dios por haber inventado a los orfebres para que continuaran inventando milagros sagrados en oro y plata. Se llamó Enrique de Arce el milagrero orfebre, pero no es de él de quien nos toca hablar, sino del orfebre santo, inventor de estos habitáculos de la fe. Quien hizo realidad este oficio sagrado fue nada menos que Eloy, san Eloy, siglo VI-VII, francés y artista.
No fue este orfebre francés perseguido por reyes o emperadores. No fue llevado al martirio por haber convertido en arte sagrado la fe de los creyentes. Por el contrario, fue amigo de reyes, protegido por ellos, trabajador para ellos y por ellos consentido. Dos fueron los reyes que le dieron su apoyo: Clotario el primero y Dagoberto I el segundo.
Trabajaba en su taller cuando un día se presentó el rey Clotario y le dijo:
- Sé de su destreza y quiero que me construya un trono para mi investidura. Aquí tiene todo el oro y las piedras preciosas que necesita.
Dijo que sí el orfebre y se puso manos a la obra. No un trono y sino dos deslumbrantes tronos reales salieron de sus manos para la delicia del rey. Y para el asombro.
- ¿Por qué dos, Eloy?
- Porque sobró material para dos tronos, majestad.
Y de ahí en adelante fue su favorito, por honrado, por ahorrador. Y no solamente le encargó tronos, sino que lo llevó a su palacio para que se encargara de todo lo referente a la orfebrería, monedas incluidas.
Pero el orfebre no se contentó con tronos reales. Y comenzó con las custodias, con los relicarios, con los sagrarios, con los cálices, con los cupones. Y dentro de esas cunas de oro y plata, y piedras preciosas, fueron aposentándose reliquias de San martín, San Dionisio, San Quintín, Santa Genoveva, San Germán, y siga usted contando. Y esa tradición ya jamás se agotó. No hay más que entrar en cualquiera de nuestras catedrales, en sus museos, para contemplar la delicia de las obras de orfebrería que San Eloy nos dejó como herencia, aunque la mayoría de ellas no lleven su firma, pero sí todas ellas llevan su intención. Por eso comencé con la custodia de Toledo, que es, para mí, el sagrario catedralicio y gótico más deslumbrante. Así es que con esto me quedo de San Eloy, su milagro trabajado en oro y plata. Luego fue monje con el beneplácito del rey Dagoberto I. Y también obispo de Rouen. T también caritativo a ultranza. Y predicador como los que más. Pero, para milagros, sus manos trabajando el oro y la plata para albergar a lo sagrado, a las reliquias.