San Silvestre (31 de diciembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Claro que sí, es San Maratón, es la carrera del último día del año, es cuando las calles de muchas ciudades se visten de atletas para recorrerlas al trote, para alcanzar ese final del 31 de diciembre que por la noche pasará de la nostalgia del año que se va a la desbordante alegría del año que viene. Es el día de las campanadas, las doce, que no se sabe si son el final o el principio. Es el atragantamiento de las uvas, el champán burbujeando por el aire más que en las gargantas. Es el día, la noche, de despedida y a la vez de inauguración. Es el día simbólico, en el que las calles de Vallecas anuncian a un nuevo rey de las carreras a pie, y también en Sao Paulo.
Y es curioso, pues tengo anotado en mi memoria que San Silvestre, por quien este fin de año se hace famoso en las calles de las ciudades, era muy poco dado a andar, le pesaban los pies, no aguantaba las caminatas. Y quizá sea por eso por lo que este día se honre, posiblemente sin saberlo, a un santo con muchos detalles de consideración en su haber, además de su flojera en dar los pasos.
Pues ahí va: este tal Silvestre, de origen romano, le tocó gobernar la Iglesia en tiempos de paz, una vez que Constantino, el Grande, hizo del cristianismo, oficialmente la religión del imperio. Lo cual, y ante otros pareceres, tuvo sus más y sus menos, pues desde entonces, ya los jefes civiles quisieron, lográndolo unos, otros no tanto, hacerse también con las riendas de este nuevo poder, el religioso. O sea, que Silvestre comenzó con buen pie su papado, a pesar de no ser aficionado a los maratones. Y lo suyo consistió en engrandecer espiritualmente, cristianamente, al imperio, a los nuevos tiempos, luchando contra las herejías, esto es, contra las interpretaciones religiosas que se oponían al avance de la creencia.
San Silvestre, Papa, transformó en la primera basílica romana, hoy San Juan de Letrán, un palacio donado por el emperador. San Silvestre es el primer papa que no muere mártir, y eso gracias a Constantino, por lo ya dicho. Pero San Clemente además, tiene en su haber, en haber sido el primer canonizado sin haber derramado su sangre por defender la fe. Antes de él, todos los santos eran gentes de sangre sembrada. Silvestre inauguró otro nuevo santoral, el de los confesores, el de las Vírgenes, el de los hombres de a pie. Y eso es, evidentemente, un buen comienzo.
No es mucho lo que se cuenta de este primer papa, además de lo dicho. Pero, eso sí, fue un unificador de las corrientes diversas que se desprendían de la doctrina cristiana. Y en eso también tuvo el aval del Emperador. Defensor de la fe sin exponerse al martirio, pero exponiéndose, como también lo intentó el emperador, a claudicar ante el poder político. Lo que no consintió. Y de ahí, para mí, su santidad.
Hoy es 31 de diciembre y solamente los maratonistas citadinos recuerdan a San Silvestre, y los titulares periodísticos hablan de las carreras a pie. Por la noche ya solo se habla de las doce campanadas, de las uvas, de las despedidas de lo viejo y de los estrenos para el año que comienza. Y para que el nuevo año termine también discurriendo a trote por las calles de Vallecas o de Sao Paulo.