Santiago, el traslado (30 de diciembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

En la España peregrina hay muchos santuarios, muchos templos, muchos santos que aguardan los andares de sus devotos. No hay pueblo con una ermita que, al menos una vez al año, acoja, en romería o sin ella, pero siempre con devoción, la llegada de los creyentes. Pero ningún camino como el de Santiago, hacia Compostela, que es el campo de las estrellas, que continúa siéndolo. Es un camino con muchos ramales. Es un camino que parte desde cualquier parte del mundo y que inunda a la península hacia un solo norte, hacia santiago. Y es porque ahí, en Santiago de Compostela, yace el apóstol, luego que el rey Alfonso, apellidado el Casto, y sus sucesores, se empeñaron en construir en aquel remanso compostelano un lugar digno para los resto de Santiago.
Santiago ya conocía los caminos de España, o sea, que en carne mortal anduvo por aquellos intrincados atajos para que todos los caminantes llegaran al mismo puerto: al del cristianismo. Había estado en España y había regresado a Jerusalén, que siempre fue su puerto de partida. Y en Jerusalén se ensañó con él Herodes. Herodes ya se había ensañado con los inocentes, solo por conservar el trono. Ahora se ensañaba con este seguidor de aquel muchachito al que las espadas de sus soldados no pudieron alcanzar en las cercanías de belén, prácticamente recién nacido. Se ensañó ahora con Santiago, el primero de los compañeros del crucificado en seguir sus mismos pasos. Y dicen que, por venganza, Herodes ordenó que lo dejaran a la intemperie, para que las rapiñas hicieran buen uso de sus carnes. Sus amigos compañeros lo hurtaron de noche y, a escondidas, lo colocaron sobre una barca y la barca se hizo a la mar y llegó, guiada por las estrellas, al fin del mundo, a Iría Flavio, es decir, a Padrón, no lejos de Finis Terre.
Disimuladamente lo enterraron en un escampado. Digo disimuladamente pues los compañeros colocaron en el lugar un ídolo de piedra, para espantar las sospechas. No eran tiempos para muchas libertades cristianas.
Y así transcurrió el tiempo. Hasta el el rey Casto se empeñó en sepulcro más digno. Y ahí comienza la historia de todos los caminos, por tierra, mar y aire. Y desde ahí dicen que el apóstol hizo de las suyas, disfrazándose de caballero, espada en mano, para guiar a ejércitos salvadores. Ahí comienzan todas las leyendas, que son muchas y variadas. Pero lo que queda es el camino, todos los caminos que son el mismo camino. Y ahora también todos los turismos, todos los concursos televisivos, todos los grupos roqueros que se desplazan hasta Compostela para cumplimentar la fe de sus incondicionales juventudes musicales..
Da para mucho este camino. Da para todo este apóstol. Da para la fe y para la juerga, para la devoción y para el negocio, para las travesías y para los asentamientos. Salió un día, muerto ya, clandestinamente, de Jerusalén, una vez más Herodes burlado, y llegó en barca a iría Flavio, hasta el fin del mundo, para que, desde entonces, todos los caminos se encaminaran a él. Y hay que llegar hasta este final del camino, el cual comienza a hacerse otra vez camino para otros finales. Hoy la Iglesia católica recuerda este día de la Traslación del cuerpo del Apóstol hasta el lugar donde se encuentra. Y que yo he besado