Juan, el mimado (27 de diciembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Así lo llaman, inclusive oficialmente, el predilecto, que en buena traducción quiere decir el preferido, el mimado. Y es de suponer que, de ser cierto, más de un celoso de los del grupo, que siempre los hay, se lo echaría en cara. Pero Juan, igual que su hermano Santiago, era orgulloso. Y quien sabe si su orgullo todavía se aupó al percatarse de que sí, de que el maestro tenía condescendencias con él que no prodigaba con el resto.
La tradición y los pintores nos han identificado con Juan la imagen de un chaval, de un jovenzuelo que ya sabía las artes de la pesca, porque en aquel tiempo a faenar en los mares se iba a temprana edad. Y si pescador era, no me lo imagino con tez tan infantil, pues los vientos, las borrascas, lo salobre de las aguas, el sol y las intemperies curten prematuramente a los marineros. Pero demos por cierto que era el menor de todo el grupo, de esos acompañantes del profeta galileo que comenzaron a hacerse famosos por sus idas y venidas.
Pero Juan, igual que su hermano Santiago, se las traían. Por algo Jesús los apodó “los hijos del trueno”. Temperamentosos. Más inclinados a enfrentar a los opositores que a bajar la cabeza. Dicen que Jesús los apodó así por aquel incidente con los samaritanos, vecinos con los que no se llevaban: ya que no nos quieren dar posada, vamos a vengarnos de ellos, y si es necesario que sobre Samaría caigan rayos y centellas, pues que caigan. Y Jesús les dijo, calma muchachos, no es para tanto, mitiguen un poco sus modales.
Juan ya andaba detrás de la oreja con el cuento de los nuevos tiempos. Conoció al otro Juan, al que Bautizaba por las riberas del Jordán, antes que a Jesús, y aseguran que en su compañía pasó algún tiempo. Hasta que lo encandiló la prestancia del profeta. ¿Dónde habitas, profeta?. Vengan y verán. Y se los llevó consigo. No sabemos dónde pernoctaron y si a Juan y a Andrés les gustó el lugar. Lo cierto es que fueron y vieron. Y aceptaron.
Pedro, Santiago y Juan eran la mano derecha de Jesús, los elegidos en los momentos más secretos: cuando la transfiguración, allí ello; cuando la agonía del huerto, también. Es decir, para lo más deslumbrante y para lo menos, para la gloria y para la agonía.
La madre de estos dos pescadores, Santiago y Juan, era igualmente mujer de las que no soltaban prenda. Si tan buenas migas hacían sus hijos con este profeta, que ya se comenta que será rey de Israel, por qué no adelantarse para esa regencia? Y rogó a Jesús para sus hijos los dos mejores puestos: uno la mano derecha, el otro la izquierda. Nada del nuevo reino dejaría de pasar por las manos de sus hijos. Así es que el orgullo de estos pescadores les venía de herencia.
Murió muy anciano, a tal punto que se corrió el dicho de que no moriría. Murió en Patmos, desterrado, aunque no martirizado. Murió el último. Y dicen que escribió un Evangelio, y unas cartas y un Apocalipsis, que es una especie de visión entre truculenta y glorifadora de los últimos tiempos. O sea, que este Juan fue muchacho de reciedumbre desde el principio hasta el final Por algo, en el momento de la crucifixión, Jesús le dijo: Juan, ahí tienes a tu madre. Así es que, de verdad, era el consentido. El mimado.