Esteban, el primero (26 de diciembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Pues sí, nació Jesús con toda la algarabía celestial del caso, y de inmediato, al día siguiente, la Iglesia ha colocado la fiesta del primer mártir, del primero en derramar la sangre por esta criatura recién nacida. Esto del primero es un decir, pues antes de él ya otros muchachitos cayeron ante las espadas de los soldados de Herodes creyendo éste que, entre todos ellos, quedara fulminado ese que ha nacido y dicen que es el rey de los judíos. No lo cree el romano, pero por si acaso. Así es que estas criaturas, arrancadas de los brazos de su madre, sin que supieran por qué morían, fueron los primeros. Pero el primero que sí supo por qué moría, el primero en atestiguar que aquel Jesús de Nazaret, hacía poco crucificado, este tal Esteban, el protomártir, por ser el primero, por abrir camino, por no sucumbir ante los perseguidores de la nueva fe.
En aquellos primerísimos tiempos ya las cosas no andaban bien, ya la persecución contra los seguidores del profeta arreciaba, ya había que esconderse si no se quería sucumbir. Uno de los que dirigía la persecución era Saulo, el de Tarso, quien, dicen, cuidó las ropas de los que lapidaron a este joven diácono, hasta que, a pedradas, lo mataron. Eso de cuidar las ropas es un decir, pues no era el tal Paulo, en aquellos días, un agente del imperio que se contentaba solamente con ver. Era un auténtico perseguidor oficial, de esos que se empeñan en que no quede rastro de los díscolos, de los rebeldes contra el régimen, de los que no se someten a las prácticas establecidas. Así es que, para mí, el tal Saulo, para entendernos, San Pablo, más de una piedra arrojó sobre este muchacho. Así es que, si el Apóstol Pablo fue el único apóstol que no presenció la crucifixión del maestro, fue también el primero en presenciar, cuando menos, la ejecución del primer seguidor.
Esteban era diácono oficialmente designado por elección comunitaria, y su cargo consistía en gerenciar los dineros de la comunidad para repartirlos entre los más necesitados. Y había que tener cuidado con estos cargos, pues ya en aquel tiempo hubo la primera huelga, nada menos que de viudas. Se quejaban las mujeres de que los necesitados no eran tratados por el mismo rasero, es decir, se daba más importancia a los locales, a los de la ciudad, a los conocidos, que a aquellos que procedían de fuera, es decir, del extranjero. Y para poner orden, nadie mejor que el justiciero Esteban, entre otros.
Fue acusado y llevado ante las autoridades oficiales judías, es decir, el Sanedrín, bajo pecado de blasfemia contra Moisés y contra Dios; dicho de otra manera, porque predicaba sustituir las leyes antiguas por las inspiradas en Jesús, el recién crucificado, y porque aseguraba que también fuera del templo oficial hay salvación. Dos pecados para tribunales inquisitoriales costumbre que todavía no se ha perdido.. Y sí, dio resultado el juicio: fue religiosamente condenado por atentar contra la ley, y también por atentar contra el imperio. O sea, que el dictamen del Sanedrín no se diferenció mucho del que firmaron contra Jesús.
Y lo lapidaron. Cuentan los pintores que con saña. Y también las escrituras. Y protagonista de primera fila, Saulo, el perseguidor, guardando las ropas de los apedreadores y lanzando él mismo, con toda seguridad, más de una pedrada. Porque Saulo, en aquel tiempo, trabajaba en eso: en perseguir y castigar. El mismo lo dice, aunque calla este episodio.