Clotilde, la reina (22 de diciembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Y Clodoveo, rey de los francos, se hizo cristiano porque ganó una batalla. Hubo un tiempo en el que ganar batallas, sobre todo si había presiones de amores de por medio, era argumento suficiente para la conversión. La conversión de Clodoveo no es única, ni su esposa, Clotilde, tampoco la única intercesora. Era el caso de que Clodoveo, ya casado, y de qué manera, como veremos, tuvo que vérselas en batalla y si ganaba, la nación francesa prosperaba, y si no ganaba, todo se iba al traste. Y como su esposa andaba con esas cosas de la nueva religión, el rey le hizo la promesa: si gano, me convierto. Y ganó. Y se convirtió. Y yo me pregunto ¿y si no hubiese ganado? Pero lo que queda es el milagro. Ganó y ya está.
No me gustan estas conversiones extemporáneas, lo he dicho, porque no me parece por convicción sino por aprovechamiento. Pero es que la historia de esta reina, Clotilde, y de este rey Clodoveo, es muy especial. Andaba la futura reina recluida, prisionera, en un castillo, pues su padre, rey de Borgoña, fue depuesto por el rival, cuando Clodoveo, rey de los francos, y enamorado de la muchacha, se las ingenió para enviar a un mendigo hasta la prisión para pedirle matrimonio. No lo dudó mucho Clotilde. A pesar de no ser cristiano, la muchacha dijo que sí. Y, en la clandestinidad, se intercambiaron los anillos, los aros de compromiso. Dicen que el consentimiento de Clotilde se debió a las esperanzas que la muchacha tenía para convertir al rey, lo que no creo. Se casó por lo que se casó, para poder salir de la prisión. Y, si me apuran, se casó sin amor, por interés. No cuenta la tradición las promesas que le hizo el prometido, pero a buen seguro estaba la de que, una vez convertida en su esposa, presionaría al usurpador carcelero para que la dejara en libertad. Como en realidad aconteció.
En libertad ya, Clodoveo y Clotilde planificaron la oficialidad del matrimonio y con gran suntuosidad, como correspondía, se efectuaron las nupcias en Francia. Lo de la conversión del rey, es decir, lo de la batalla, vino después. Por eso a mí siempre me ha quedado la duda: ¿qué hubiera sido de aquel matrimonio, cocinado en secreto, sin que los presuntos enamorados se hubiesen mirado a los ojos, si el dios de Clotilde no hubiera intervenido en aquella batalla? Posiblemente Clodoveo hubiese tenido más de una discusión religiosa con su esposa, por culpa de la ineficacia de su creencia. Y la historia se hubiese escrito de otra manera.
Murió Clodoveo y Clotilde quedó viuda. Dicen que fue una reina buena, modelo, y que sabía intervenir en los asuntos de la regencia. Y tuvo que lidiar con sus hijos, pues una vez muerto el padre, dividieron el ejército para enfrentarse mutuamente, pues ambos querían ser los herederos del trono. Intervino Clotilde, como era de rigor, por ser madre y por ser reina. Pero los herederos querían el trono. Y dicen que mucho tuvo que rezar la reina para que los muchachos entraran en razón. Y una vez más la fe de Clotilde removió las montañas y los hijos se dieron la mano y rubricaron la paz. La madre, ya con todos los papeles de la regencia en regla, se separó del mundanal ruido y se dedicó a lo suyo: a repartir limosnas y a ayudar a los mendigos. Y a ser santa.