Domingo, el de Silos (20 de diciembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

¿Y qué es este monasterio si no es ciprés? ¿Y qué este ciprés si no monasterio?. Todo en Silos es un silencio castellano refugiado en sí mismo. Todo en Silos es una oración gregoriana indicando el ciprés el camino. Todo en Silos es ora et labora, reza y haz de la oración fruto, siembra y recoge y haz de la cosecha plegaria. Todo en Silos es la piedra hecha meditación, son los claustros hechos pasos benedictinos camino hacia la eternidad. Todo en Silos es reposo definitivo, pero nunca muerte. En Silos la vida apunta hacia su destino, que es el más allá.
Pocos rincones en Castilla tan sagrados como éste, tan silenciosos, tan orantes, tan místicos, tan ascéticos, tan definitivos.
El claustro y sus capiteles reproducen un mundo divino y humano apto para la eternidad. Aves, arpías, sirenas con rostro femenino, dragones, leones, ciervos, y la flora: tallos, hojas de acanto, piñas, qué sé yo; pero igualmente loa 24 ancianos del Apocalipsis, también la Visitación, la Anunciación, el Nacimiento, el anuncio a los pastores, la huida a Egipto. Y más, mucho más. Este claustro es el resumen de la creación, de la de antes del pecado, de la de cuando el pecado, de la de después del pecado.
¿Qué habrán meditado los monjes en este claustro? ¿Qué plegarias secretas habrán susurrado para posibles milagros? ¿Cuántas veces se habrán extasiado en ese ciprés, que es el ciprés, no otro antes de él, no otro después?.
Los reyes castellanos lo mimaron y no es para menos. Hasta extensión territorial le donaron. Así es que los monjes fueron también una especie de señores feudales que mandaban y mantenían a los labradores de los contornos. Pero no señores feudales como los otros, imposible. Con ese ciprés ahí, señalando siempre lo que hay que señalar, no puede uno anclarse en el terruño: la vida es para la muerte, y la muerte para la resurrección.
Dicen que fue en el siglo VII, con los visigodos, cuando este monasterio comenzó a ser. Dicen que los monjes tuvieron que abandonarlo cuando los árabes comenzaron la invasión, pero el siglo X les imprimió nuevo vigor. También Almanzor los asustó, pero luego ya todo fue floreciente.
Silos, además, fue inspiración para las hazañas de otros castellanos. Uno de ellos, nacido a pocos pasos de Silos, en Caleruega, Domingo de Guzmán, fundó la Orden de predicadores, unos mendicantes no concebidos para encerrarse en cenobios para andar caminos en procura de infieles para convencerlos de su equivocación. Santo Domingo de Silos, y Santo Domingo de Guzmán son raigambre de la misma entraña castellana, moldeados en la misma fragua de la fortaleza, desafiadores de todos los tiempos.
Y es que si Castilla es castillos igualmente es monasterios. Los hay a granel. Pero como este de Silos, pocos. Pocos con el emblema de este ciprés que es una oración vegetal entre la oración pétrea de capiteles y arcadas.
Y este es el gran milagro de aquel Domingo del siglo XI, que comenzó siendo pastor por los alrededores y terminó siendo vida en romance primerizo de la pluma de Gonzalo de Berceo, el santo del lenguaje. Porque por San Millán de la Cogolla vistiéndose de benedictino, transitaron los primeros pasos hacia la santidad de Silos este santo Domingo de mi devoción.