Adelaida, Adela, Alicia (16 de diciembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Tres nombres bonitos para una mujer, y a más de tres mujeres conozco con estos nombres, y a todas ellas les calza de maravilla. Eso sí, a ninguna de las que conozco les ha tocado pasar por la vida que pasó esta mujer, Adelaida, reina, emperatriz, que es todo un argumento para novela de intriga, para película taquillera y para intrigas.
No es una santa de convento sino de corte. No es una santa de abstención carnal sino casamentera. Dos matrimonios tuvo. Primero con un rey, Lotario de Italia, luego con un emperador consagrado como tal por el Papa, y emperatriz ella, Otón. Con Lotario, quien se las prometía felices, tuvo poco tiempo para disfrutarlo. Eran tiempos de intrigas palaciegas y desde las sombras de esas intrigas salió el rebelde, Berengario, quien se enfrentó al rey, y lo venció. Una joven reina, dieciocho años y con una hija, quedaba viuda. Pero no era para que quedara viuda, pues esas cosas a los 18 años no se estilan, de ahí que el usurpador quisiera casarla con su hijo. Pero Adelaida, Adela o Alicia dijo que no. Era demasiado pedir. ¿Había matado el revoltoso a su esposo para que la joven reina fuera la mujer de su hijo?. No, no y no. Y como los reyes que se alzan con el poder en base a intrigas poseen todos los recursos, la solución estaba dada: encarcelamiento de la reina, por reina caída y por defraudar las esperanzas de casamiento con su hijo.
Se quedó en harapos. Le robaron vestidos y joyas. ¿Para qué los quería en prisión? Quienes pierden las batallas, ya se sabe, a apechugar. Y el rey Lotario, su esposo, no había sido contundente en la batalla.
Secretamente la liberó de aquel encierro su capellán, dicen que a través de un túnel construido hasta las mazmorras del castillo. Por lo que Berengario, como es natural, se enfureció. Y ordenó capturar de nuevo a esta díscola mujer, prisionera por su orden y ahora en libertad a causa de la fuga. Pero Adelaida pidió refuerzos a Otón y éste se los concedió. Y Otón venció a Berengario. Y Adelaida se casó con Otón, quizá en agradecimiento, quizá porque lo admiraba. Lo cierto es que quienes ganaban las batallas, así Berengario, así Otón, la pretendían. Y sí, a Otón le dijo que sí. Y con él tuvo dos hijos: Otón II, quien le salió respondón a causa de su esposa, una princesa de Constantinopla a quien no caía Adelaida. Tal así que hasta Otón, a exigencias de su esposa, se vio obligado a echar de su casa a la madre.
Pero también cayó Otón II y subió al trono Otón III. Ya cambió el asunto. Pero Adelaida, Adela o Alicia ya era mayor y estaba cansada. Demasiado ajetreo en aquella corte, demasiados descalabros. Y tomó la decisión: no más reina, no más emperatriz, no más corte. De ahora en adelante, oración y ayuda a los necesitados. Y así cuentan que terminó sus ajetreados días, en el reposo de la oración, alejada del mundanal ruido, y haciendo lo que sabía: ayudar.
No me digan que no se trata de una historia para sacarle jugo novelesco o cinematográfico. Pero esta no es historia artificial. Si se quiere, se trata de historia profana. Aunque ella terminara convirtiéndola en santa. Ahí queda esta Adelaida, Adela o Alicia para adornar el nombre de las mujeres que la han adoptado para su identidad.