Miguel, Gabriel, Rafael: Los tres mosqueteros (29 de septiembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Nunca he entendido el por qué de la santidad de estos tres mosqueteros de la divinidad, es decir, por qué la Iglesia los considera oficialmente santos. Pensaba yo que esto de las canonizaciones eran premios para quienes transitaban por este valle de lágrimas, por quienes tenían que vérselas diariamente con las tentaciones y esas cosas. Pero hete ahí que no, que estos arcángeles, que son la mano derecha de Dios para resolver entuertos terrenos, han bajado a los altares terrenales una vez que se ganaron su sitial en el altar celestial, es decir, la más cercana compañía del Creador.
Ya he escrito que la guerra se inició en el cielo, que no es invento humano, que no es original de este mundo. Guerra de verdad, ejércitos incluidos. Protagonistas Miguel, al mando de los defensores de Dios contra Luzbel, el más bello de todos, el de la luz, pero el que, gracias a la espada de Miguel pasó a convertirse en el príncipe de las tinieblas, demonio por derecho propio, desterrado del cielo, confinado a las profundidades. Luzbel protagonizó la primera rebeldía, ya en el cielo, contra la autoridad constituida, y Miguel, con los suyos, le salió al paso. Luzbel se había deslumbrado a sí mismo, y dicen que todavía anda por estos pagos deslumbrando.
Miguel, el arcángel, es más de mi devoción particular. Fue el primer periodista, el primer encargado de entregar al público las buenas noticias. Lo hacía discretamente, casi en secreto, pues se trataba de noticias no muy comprensibles para todos. Ahí lo tenemos diciéndole a maría: traigo una noticia de parte de Dios para ti. El atuendo de Gabriel es de guerrero, de batallador; el de Miguel es de caminante, de tocar a la puerta, de entregar la carta y luego desaparecer. El pincel de Fray Angélico disponía de muchos más colores celestiales para entretenerse con Gabriel que con Miguel.
Y el tercero, el médico, Rafael. De este arcángel sabemos menos, aunque también los pintores se han ocupado de él, sobre todo cuando descendió del cielo hasta la casa de Tobías para devolverle la vista, y cuando emprendió camino para conducir al hijo de Tobías hasta el lugar donde podía encontrar la mujer que le convenía.
Tres arcángeles, como podemos apreciar, de muy distinta talla, inclusive de muy distinto ropaje para poder diferenciarlos. Tres maneras divinas de manifestarse. Tres mosqueteros de Dios para que a los humanos no se les pierda la memoria. Dice el Apocalipsis que Miguel, el batallador, volverá a nuestro encuentro en el último día, al final de los tiempos, cuando los muertos resuciten. Posiblemente sea para inspeccionar cuantos de los resucitados deben seguir el camino de lo alto y cuáles los del camino de su eterno rival, Luzbel, el eternamente vencido.
Pues bien, aunque no son de este mundo, poseen una santidad muy especial, poco imitable, pues sus encomiendas no están a nuestro alcance. Pero ahí los tenemos, como portadores de buenas noticias, como mensajeros, cada cual a su medida y según su estilo. Fueron la mano derecha de Dios en momentos decisivos para la divinidad. Y cumplieron el cometido.
Entre los tres, y que me perdonen Rafael y Miguel, me quedo con Gabriel. Lo conozco más. Me lo ha acercado fray Angélico. Y, además, es de mi misma profesión, periodista.