San Teodoro de Hereclea o la desobediencia civil (7 de febrero)

Autor: Adolfo Carreto  

 

 

Este es un santo para los tiempos que corren y yo lo bautizaría como el santo de la desobediencia civil. Era soldado y eso dice mucho. Era soldado y tuvo que decidirse por aquello de “a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”. Era soldado en los siglos III y IV y capitán de soldados. Por lo tanto, daba órdenes y obedecía órdenes. Como soldado del imperio, su sino la guerra, la expansión, la gloria del imperio, la defensa de la soberanía, todas esas cosas. Como soldado, leal a sus superiores. Como cristiano, fiel a su creencia. Y es aquí cuando entramos en el conflicto. Por eso decimos que se trata de un soldado de estos tiempos, aunque pudiera ser igualmente un diplomático de estos tiempos, una encarnación de los conflictos de estos tiempos entre el deber y el ser.

     Lo que de él cuenta la tradición puede no ser real: eso de que robó los ídolos de los dioses romanos, bajo artimañas, para despojarlos de su vestimenta de oro, fundir el metal y después entregar el valor a los pobres. Es decir, un Robin Hood medieval, un bandolero de Sierra morena, el prototipo de robar al rico para alimentar al pobre. Eso es, en resumen, la moraleja de la leyenda, no de la historia. Al fin y al cabo todos estos prototipos terminan siendo leyenda, aspiración de los menesterosos para colmar sus necesidades cuando no hay otra forma de colmarlas.

     La leyenda hubiese sido más piadosa inventándose algún milagro, aunque fuera poco creíble, para convencer al emperador de la necesidad de despojar a los dioses de lo suyo para remedio de los humanos. Pero esto luce imposible. En aquel tiempo y en este. Así es que la leyenda se fue por el lado de la picardía: convencer a su jefe para que le permita ser guardián de la riqueza de los dioses, robarlas, y donarlas a los pobres. No sé si será verdad o no, pero en el hecho de serlo Teodoro sabía a lo que se exponía: a ser enjuiciado por ladrón. Y un ladrón, por muy caritativo que sea, difícilmente podrá llegar a los altares.

     Dejémoslo, entonces, en moraleja. Lo que aquí cabe resaltar es lo de la obediencia debida,  o la desobediencia civil, que están tan de moda en los tiempos que corren: ¿a quién hay que secundar, a la legalidad que luce de ilegal, pero que sigue prosperando porque se asienta en una supuesta democracia, o a la rebelión contra lo establecido legalmente pero convertido en ilegal?. No estamos hablando de violencia sino de no obediencia, sobre todo de no obediencia pacífica?

Estamos hablando de objetores de conciencia, estamos hablando de Martín Luther King, estamos hablando de Indira Ghandi, estamos hablando de apartheid, estamos hablando de militarismo, estamos hablando de guerras preventivas, estamos hablando de todo eso. Que es precisamente donde encaja este tal Teodoro de Heraclea, capitán del Imperio, y que su nombre, Teodoro, Adorador de Dios, le sirvió para convencer al emperador ser defensor del oro de los dioses, para desviar esa riqueza hacia esos otros hijos de Dios desesperados.

     Tengo que reconocer que la picardía de este capitán romano suena fiable. Y quiero entender que la leyenda que sobre él se ha tejido se inclina más que nada hacia la moraleja: que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Esta es una tesis que hoy se predica mucho aunque es cierto que, en ocasiones, no está muy claro el Dios al que se pretende obedecer.

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