Cosme y Damián, Los médicos (26 de septiembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

- ¡Qué es eso de que andan otra vez por la calle esos dos médicos1 ¿No ordené que los lanzaran al mar.
- Así se hizo, gobernador, pero un golpe de agua los condujo nuevamente a la playa.
- ¿Pueden más las olas que las órdenes del gobernador?
No le dijeron que así parecía, pero lo pensaron.
Era de armas tomar este gobernador de Cilicia, de nombre Lisias, natural del siglo III, para que sus subordinados le vinieran con esas.
- Si lo desea, los arrojamos nuevamente al mar.
- Al mar no. Que les corten la cabeza. ¡A ver con qué truco me vienen ahora!.
Y les cortaron la cabeza. No hubo truco. Quedaron degollados, a la vista de todos, y con la complacencia del gobernador. Lo que no puede el mar lo puede la espada, o el hacha.
Se llamaban Cosme y Damián. ¿Quién Cosme, quién Damián? A simple vista, los dos el mismo. Posiblemente los dos el mismo a ojos cerrados. Eran hermanos gemelos y eso lo explica todo. Eran médicos los dos y eso lo explica todo. Eran cristianos los dos y eso lo explica todo. Y como los dos eran iguales, pues igual muerte, ya que había sido la misma ola la que se había puesto de su lado.
La gente los llamaba “los no cobradores”. Médicos afamados que no cobraban por sus servicios a aquellos que no podían pagar esos servicios. Los otros, sí. Los que puedan, que paguen. Cosme y Damián necesitaban el dinero para propagar su creencia. Y eso fue lo que irritó al gobernador de Cilicia.
- Están traficando con su profesión. No cobran a los enfermos para que abracen sus creencias. Estos médicos son unos estafadores. ¡Al mar con ellos! ¡Que les corten la cabeza!
Médicos que no cobran. No son muchos los casos, pero los hay. La comercialización de la medicina es un delito que carece de culpables. Tienes que acudir al médico, y tanto. Sin rechistar. Sacas la chequera y, qué remedio. Ante la enfermedad, la chequera carece de valor, siempre y cuando haya valor en la chequera. Si no, ya me las arreglaré, porque la enfermedad no espera, pero el médico, la clínica, sin dinero adelantado, nada.
Por aquí, por Venezuela, anduvo un médico de la estirpe de Cosme y Damián. No era predicador. No murió martirizado, a no ser que consideremos martirio moderno el ser atropellado por un vehículo. Se llamaba Gregorio Hernández. Nombre y apellido más del montón, imposible. Todavía no ha llegado a los altares, aunque la popularidad de santo, por estas tierras, es del común. Su milagro si fue idéntico al de los gemelos Cosme y Damián: no cobrar a quienes no tenían con qué pagar. Este es un milagro no muy común entre los profesionales de la medicina, pero es el que más encumbra a los médicos. Este es un milagro para todos los tiempos, porque en todos la salud del cuerpo, también la del alma, está por encima de la chequera. Estos médicos “los no cobradores”, escasean, posiblemente por eso escasea tanto la santidad en el ejercicio de la profesión. Una profesión que debiera dar muchos, muchísimos santos. Solamente con cobrar lo justo, sin comercializar a la enfermedad y sus remedios.