Tomás, el de Villanueva de los Infantes (22 septiembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Es mucho decir haber nacido en Villanueva de los Infantes. Y es mucho para uno que el nombre del pueblo se le pegue al propio nombre. Uno se llena de su pueblo, que es su niñez y todo lo que desde ahí crece, pero también el pueblo se llena de uno.
Uno se llena de la historia, que es mucha por poca que sea, y que en Villanueva de los Infantes es muchísima, desde antes, cuando Tomás, y después de Tomás.
Cervantes tomó a Villanueva para contarnos lo acontecido en la casa del caballero del Verde Gabán, tal como consta en El Quijote. Villanueva es, por ende, tierra del ingenioso hidalgo, del también ingenioso escudero y, por supuesto de la ingeniosa pluma de don Miguel de Cervantes Saavedra. También de la de Quevedo, cuyos últimos días los pasó en una celda del convento de los dominicos. También de las zancadas de los caballos de los Caballeros de la Orden de Santiago. También de las corridas de toros. Del jolgorio. De los rezos corales. De todo eso fue llenándose Villanueva de los Infantes y todo eso llevaba consigo, sin dudarlo, Tomás, nacido en Villanueva, de padres con pocos alcances pero sí los suficientes para enviarlo a estudiar a Alcalá.
Y en Alcalá, paseándose por las artes y las letras, prendido en él ya el sabor de la elocuencia, tomó camino de Salamanca, no como un Quijote siguiendo el trayecto de una locura esperanzada, sino arreado por los primeros picazones de una vocación para el sacerdocio que ya comenzaba a hurgarle.
Llamó a la puerta del convento de los agustinos, le abrieron y entró. Y allí comenzó todo. Fraile con muchas inquietudes en la cabeza, fraile con muchos saberes para divulgar, fraile apto para regentar cátedras salmantinas. Y eso hizo: enseñar y predicar. Aseguran que tenía dotes para eso. Aseguran que era un espectáculo oírlo. Hasta el emperador Carlos V lo asegura. Oportunidad que tenía para escuchar al fraile, oportunidad que no perdía. Y creyó el emperador que tanto saber, tanta elocuencia debía ser premiada. Así es que nada mejor que encumbrarlo al obispado. No quiso. Se negó. Desobedeció. Solamente, y cuando el superior se lo ordenó apelando al voto de obediencia, el fraile Tomás cedió Terminó siendo arzobispo de Valencia, un reino por aquellos entonces próspero pero de poca vida en orden. Y la eso se dedicó, a ordenar la vida de propios y extraños, de la gente de a pie, y de la gente de a caballo. Pero sobre todo de la gente de claustro e iglesia. Dicen que lo consiguió.
Pero lo que me sorprende de este fraile agustino, Tomás de Villanueva es su proceder ante quienes le exigían más dureza, más contundencia, excomuniones incluso, contra aquellos que vivían en unión libre. Dicen que dijo:
- Hago todo lo que me es posible por animarlos a que se pongan en paz con Dios y que no vivan más en pecado. Pero nunca quiero emplear métodos agresivos contra nadie. Quizá lo que hacen sea malo, pero sus intenciones son buenas”.
No necesito más milagros, ni tampoco que me convenzan de más virtudes. Esta es más que suficiente para que muchos, de su misma investidura, se acuerden de él al menos el día de su santo, a la hora de la misa.