Pedro de Arbúes, el del atentado (20 de septiembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Ya lo sabíamos, esto de matar a la gente por sorpresa, no es nuevo. Eso de esconderse tras los matorrales para aguardar el momento y ¡zas!; eso de subirse a un tejado para esperar al que pasa y empujar la teja y ¡zas!; eso de taparte la cara con un pañuelo y ¡zas!; eso de esperarte en la oscuridad y ¡zas!, no es de estos tiempos. De estos tiempos son las mochilas, los coches bomba, los aviones contra las torres, los aviones secuestrados y ¡zas!. Pero lo que no son de estos tiempos son los atentados, ni siquiera los atentados por cuestiones de fanatismo religioso, ni siquiera eso. Y en un atentado de este signo cayó Pedro de Arbués, en los últimos pasos del siglo XVI, y en Zaragoza, para que no pensemos que los atentados son en otras partes y solamente es ahora cuando los estrenamos.
Era este aragonés, Pedro de Arbués, hombre de letras y de buen hablar. Era hombre de enfrentarse a los demás por la razón, con el argumento, que son los únicos enfrentamientos que dan sentido a las disputas. Era éste un defensor de su fe, mientras otros eran defensores de la suya. Y era en Zaragoza, en aquellos tiempos en los que los protestantes hacían de las suyas, y en los que la intransigencia ya se había hecho mayor de edad. Le dijeron a Pedro que él tenía dotes para desenmascarar a las falsas doctrinas. Y a ello se dedicó. Y dicen que hasta sus oponentes lo tenían en consideración.
Parece que no eran pocas las derrotas verbales, es decir, doctrinales, que propinaba a sus oponentes; pero cuando los derrotados carecen de argumentos para considerar la derrota, se amparan en otros argumentos para vencer. Entonces, como ahora, no faltaban los argumentos de la corrupción, del engatusamiento, de la compra de voluntades. Y dicen que eso fue lo que le ofrecieron los oponentes.
- Vamos, Pedro, que tú no tienes necesidad de andar por la vida mendigando. Nosotros te la solucionamos.
Ya se sabe a cambio de qué, porque esta forma de atentar con el dinero en la mano tampoco es novedosa. Pedro dijo que no, que a él le bastaba la palabra, que él tenía suficiente con lo que tenía y que no hay peor mordaza que la del dinero.
- Pues si no acepta por las buenas, por las malas.
Así dijeron. Y planearon el atentado. El atentado siempre es el argumento por las malas. El atentado siempre es el argumento mortal que carece de argumento. Y lo planificaron.
Lo esperaron en el interior de la catedral, a escondidas, entre las sombras. Lo esperaron cobardemente. Y lo mataron.
El pueblo de Zaragoza se hizo a las calles para tomar justicia por su mano.
- ¡No quedará ni un solo protestante!
Lo juraron. Pero salió el arzobispo y dijo lo que hay que decir en estos casos:
- Que sea la justicia, el estado de derecho, el que castigue a los culpables
Los capturaron. Los encarcelaron. El autor intelectual dicen que se suicidó. Los autores materiales dicen que permanece rieron entre rejas.
Fue éste un atentado en toda ley y a finales del siglo XVI. Pedro de Arbués está en los altares por dos razones: por no ceder a la corrupción y por sucumbir a fuerza de un atentado. Un santo para los tiempos que corren.