¡Que lio!

Autor: Adolfo Carreto

 

 

   El sínodo de los obispos, es decir, el primer acto colegiado del pontífice con los obispos de 118 países, presentes en la reunión, ha confundido de forma total y absoluta no solamente a los cristianos de a pie, entre ellos los divorciados y vueltos a casar, que posiblemente sean los únicos claros en su situación, sino y sobre todo a los mismos prelados. Monseñor Ricardo Blázquez, que es ahora la máxima autoridad española en asuntos eclesiales, ha querido remendar el capote de la ex comunión de los divorciados, porque de ex comunión se trata, es decir, de no permitirles comulgar, y le ha salido una costura que no se resiste a sí misma.

     Por el amor de Dios, monseñor, ¡qué es eso de invitar a unos proscritos oficiales, como son los divorciados, a venir a la iglesia para que se sienten allí y miren, solamente miren no sabemos a quienes, si a los que alargan la mano para recibir la hostia o al sacerdote que se la niega, es decir, al vaticano que se empeña en seguir con las excomuniones verdaderas!. Vamos a ver, monseñor, porque teológicamente, teólogo como soy, ando confundido en esto del sí pero no, del no pero sí. Eso de invitar a un banquete para sentarse y ver cómo el resto de los invitados comen, privándoles a ellos alcanzar la comida, y no estoy hablando en metáfora, monseñor, sino de la misa, de la mesa, de la comunión, de la común unión, me parece no solamente una metedura de pata de su parte sino una desconsideración para con las personas, divorciadas o no. Dígales usted de una vez que se condenan, aunque ellos jamás van a creérselo, entre otras cosas porque tienen fe, que a veces es lo que les falta a los eclesiásticos con poder, y asunto terminado. Ha dicho usted textualmente: “Hay muchas formas de venir a la Iglesia, que se sienten en la Iglesia, porque nosotros contamos con ellos”. ¿Cómo espectadores? ¿Para hacer bulto? ¿Para que se arrepientan? ¿De qué? No, monseñor, ha querido usted “matizar” la intransigencia del Sínodo y ha destrozado el capote.

    Pero dígame usted, monseñor, la lindeza de su colega el colombiano monseñor Trujillo. Usted dándoselas de comprensivo, arrimándoles un asiento a la mesa, eso sí, sin probar bocado, y Trujillo desarropándolos en la cama. Que los divorciados vivan juntos, por qué no, pero eso sí “que vivan como hermano y hermana”. Mire, estos dogmas ofenden no solamente a la naturaleza sino también a la dignidad.  Díganles de una vez que están condenados, pero déjenlos vivir si no según sus pretendidas leyes divinas, al menos con las lógicas y dignas leyes naturalmente humanas. Porque si continúan predicando así, si continúan dogmatizando de esta manera, el asunto no camina.

     Estoy molesto, monseñor, y se nota, creo que se nota. Estoy molesto porque este pontificado ha comenzado con traspiés, y aunque ustedes bien cuenta se han dado, que sí, quieren maquillar el rostro arrugado de una forma de proceder que no procede. Por qué no ex comulgan ustedes, pero de verdad y con causa, a todos esos desviados, purpurados incluidos, que se aprovechan de su condición de representantes de Dios para engatusar a criaturas indefensas ya sabemos para qué. Por qué la prudencia es una virtud, cuando interesa, y un vicio cuando también interesa. Digo, pregunto, por qué. ¡Qué lío, monseñor!

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