Las Llagas de San Francisco (17 de septiembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

No suele la Iglesia conmemorar estos acontecimientos, quiero decir, los momentos de los santos, imaginarios o reales, quiero decir, los estigmas, los arrebatos místicos, las apariciones a unos u otros; inclusive los milagros de los santos la Iglesia los acepta, luego de las corroboraciones necesarias, pero no suele darles un día para conmemorarlos. Quizá porque los días se multiplicarían en exceso, pues qué santo no tiene su leyenda, más o menos confirmada, de milagros y apariciones. Inclusive, cuando se trata de apariciones de la Virgen, la Iglesia, antes de pronunciarse, mide los pasos. Y es que a veces no resulta fácil compaginar la imaginería popular con los portentos que se escapan al control racional.
El caso de San Francisco de Asís es único. La Iglesia acepta oficialmente un día para conmemorar la aparición de los estigmas. Costado, manos y pies del famoso santo italiano fueron asaetados por un querubín crucificado, con tal intensidad que el santo las llevó hasta la muerte.
San Francisco de Asís es santo para todos los pinceles, y también para todos los relatos que sobre él se cuentan. Un santo que ha recorrido toda la edad media y que ha llegado hasta nuestros días con la misma credibilidad que tuvo en vida. Un santo sin más oposición que la que él mismo se prodigaba, consciente como estaba de que todo lo que le viniera, le venía por añadidura. Inclusive las llagas.
Se había retirado a la soledad, para mitigar sus tentaciones, las cuales también han sido plasmadas por los pintores, cuando se le apareció, posiblemente en sueños, posiblemente en un arrebato místico, posiblemente luego de lidiar contra los demonios que lo asaltaban, el querubín. Los querubines son luces relampagueantes, y éste, que apareció como un relámpago en forma de cristo crucificado, se incrustó en costado, manos y pies del santo de Asís.
Nadie duda que tales llagas perforaron el cuerpo de Francisco. Y los pintores, menos que nadie. Giotto, Zurbarán, El Greco, por nombrar solamente a tres de mi devoción, han querido dejar constancia gráfica del portento. Cada uno lo ha hecho a su estilo, como debe ser. Es decir, cada pintor visualiza según su personal visión, las visiones de los santos. La que visualizó El Greco es la que más admiro.
Se trata, como todas las visiones pictóricas de El Greco, de un momento sosegado, de una disposición nada atormentada, de un estar con serenidad frente a lo inaudito, frente al misterio. Se trata de mostrar al santo en medio de ese halo misterioso de va de la credulidad a la incredulidad, que va de lo material de este mundo hacia lo inmaterial del otro. Así es que, aunque solamente hubiera sido leyenda piadosa esta anécdota de los estigmas en el cuerpo de Francisco, suficiente milagro es para que estos tres pinceles, el de El Greco, el de Zurbarán y el de Giotto, lo convirtieran en pintura milagrosa.
Digo que la Iglesia acepta esta estigmatización no sólo como verídica, alejada de la fantasía, sino como apta para ser reverenciada un día al año. Y es que la vida de Francisco de Asís es tan fantasiosamente creíble, que da para todo.