La señal de la Cruz (14 de septiembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Así comenzamos, y quiera Dios que así concluyamos. Así comenzamos el día, al despertar, al salir de la casa, al encaminarnos al trabajo. Así reverenciamos cuando pasamos ante una iglesia, o cuando presenciamos, inesperadamente, cualquier imprevisto. Así queremos defendernos de lo posible, también de lo imposible. Es la señal de la cruz una seña de identidad que nos distingue. Es la primera oración gráfica, gestual, que aprendemos. Es el primer símbolo que nos trazamos sobre nosotros mismos.
Dicen que este símbolo, la señal de la cruz, desde la frente al pecho, desde el hombro izquierdo hasta el derecho, fue ideado por San Antonio Abad, el que se refugió en el desierto, el que se alimentaba con el mendrugo de pan que le acercaba el cuervo, el que sufrió tentaciones no solamente durante sus andanzas por la ciudad sino también durante su refugio en la soledad. Para librarse de semejantes insinuaciones, que tenían que ver con la carne y sus debilidades, se santiguó. Deseaba estar protegido por el Padre, por el Hijo y por el Espíritu Santo desde la frente al pecho, desde el hombro izquierdo hasta el derecho. Quién sabe si realmente este santo eremita fue el inventor del símbolo, allá por el año 300, lo cierto es que desde muy antiguo, la cruz, almacenada en el cuerpo, es el símbolo de protección para todo creyente.
Una cruz que tuvo que ser recuperada. Andaban los persas por Jerusalén y se robaron la Cruz, encontrada por Santa Elena, y durante mucho tiempo los creyentes se quedaron sin la más codiciada reliquia. Hasta el año 614, cuando el emperador Heraclio la recuperó. Pero no permaneció durante mucho tiempo intacta. Una vez recuperada se tomó la decisión de dividirla en partes, para que, si nuevamente volvían a robarla al menos que algunas de las partes quedara a salvo. Y se dispuso que una parte fuera a Roma, otra a Constantinopla, otra a Jerusalén, y una cuarta fuera convertida en astillas y las astillas fueran repartidas en las iglesias renombradas, que desde entonces comenzaron a llamarse las iglesia de la Veracruz, es decir, de la cruz verdadera. Cuantas astillas verdadera hay, tampoco se sabe. Es muy posible que proliferaran las falsificaciones, unas con buena intención y otras no tanto. Pero quizá no sea eso lo más relevante. Lo importante es que esa cruz, ese instrumento de castigo y de muerte, desde Jesús de Nazaret se ha convertido a través del tiempo no en un signo de condena sino de redención. Se acuñó aquella frase: con este signo vencerás. Y son millones y millones de creyentes los que están convencidos que con ese signo se vence, inclusive, a la muerte.
Hoy los cristianos conmemoran ese día: el triunfo de la cruz, el triunfo con la cruz, el triunfo desde la cruz. Esa cruz que llevamos adosada al cuello, que colocamos en algún lugar de nuestra casa, ante la que nos santiguamos, a la que besamos, a la que rogamos. San Antonio Abad quiso librarse de sus tentaciones signándose en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Pues en eso andamos. Desde la frente al pecho, desde el hombro izquierdo hasta el derecho.