La Virgen de las Lajas (12 de septiembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Andaba la india buscando leña por aquellos contornos, difíciles de andar, por aquellos linderos entre Colombia y Ecuador. Andaba la india en busca de que poder llevar a la choza, además de leña, porque tenía una hija, sordomuda para como, y además de remediar el frío debía de remediarle también el estómago. Andaba la india como andaban en aquel entonces, principios del siglo XIX, los indios: deambulando, sin lugar seguro, a expensas de cualquiera, expuestos a ser capturados para ser vendidos. Y andaba la india con su hija, cansadas las dos y con necesidad de descansar.
- Mamá, una señora.
Ha hablado la niña, ha dicho “una señora”. No hay señoras por aquellos contornos, indios puede que haya, pero señoras no. Pero sí hay una cueva y ese es lugar apropiado para conceder un descanso a los pies.
- Mira, mamá, la señora.
Ha vuelto a hablar la niña, y ha vuelto a indicar el lugar de la señora, ya dentro de la oquedad, pero no hay señora. La niña continúa siendo sordomuda. No sale más de su boca, pero ha salido lo de la señora y el corazón de la india ha dado un vuelco.
Regresan a la choza. Intenta la india que su hija le hable. Ha vuelto a su mudez, ni siquiera sale de su boca lo de “señora”. Así que todo ha sido una alucinación. Las imaginaciones de las madres, ante las mudeces de los hijos, producen muchas alucinaciones, inventan muchos milagros, resucitan todos los deseos. Pero nota la india que su hija tiene mejor semblante. Y hay que acudir de nuevo al monte a por leña.
Regresa la india por aquellos roquedales en forma de lajas, en forma de piedras pizarrosas, planas, resbaladizas. Regresa a donde la cueva, por aquello de la señora, y nota que sí, que hay un resplandor, y que la niña vuelve a lo mismo:
- Mamá, la señora.
Y como el resplandor no se va, la india Juana se adentra y ve que sí, que sobre una laja hay una pintura: una Virgen, la del Rosario, y dos santos acompañándola: Domingo y Francisco.
Y, como siempre, acude a donde la gente y lo cuenta. Van y ven. Efectivamente, dentro de la cueva hay una pintura. La india Juana no sabe pintar así es que otro habrá sido el pintor. Posiblemente un fraile dominico, o un fraile franciscano de no mucha experiencia con los pinceles. Posiblemente uno de ellos quejó pintado sobre la laja aquel altar para refugiarse en la cueva y practicar en ella sus penitencias. Pero la sordomuda insistía:
- Mamá, la señora.
La india Juana no veía a la señora, pero sí comprobó que la mudez de su niña había desaparecido, por completo. Otros indios, después, comenzaron a relatar otros muchos milagros. Y así desde entonces, así hoy también.
Una historia más de apariciones, de manifestaciones, de portentos. Una vez más la india como protagonista del encuentro con la Virgen. Una vez más la fe, que comienza como comienza y termina siendo colectiva. Luego el santuario. Luego las peregrinaciones. Luego las leyendas. Luego las devociones.
Fue esta una Virgen arriesgada, que anduvo por aquel cañón rocoso, profundo y abismal, para quedar estampada en una laja, dentro de una cueva. De ahí La Virgen de las lajas.