Nicolas de Tolentino, entre Guelfos y Gibelinos (10 septiembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Entre güelfos y gibelinos anduvo este hombre intentando poner la paz. Entre facciones política, que es donde más difícil resulta poner la paz. Y menos en aquella Edad Media italiana, cuando ya comenzaba a prosperar el racismo revistiéndolo de carantoña política.
güelfos, los defensores del papa como ente político. Gibelinos, los defensores del Imperio romano germánico, como ente político. güelfos, los defensores de la nobleza, los ricos, los todopoderosos. Gibelinos, el campesinado, la pobreza, el menosprecio. El enfrentamiento de siempre. güelfos y gibelinos.
Y música para güelfos y gibelinos. Música de Verdi. Música de Puccini. Y literatura de Dante, que era güelfo y luchó en batalla por serlo. Música y literatura. Y amor para organizar a la literatura y a la música: el güelfo que se enamora de la campesina, gibelina, o la campesina que se enamora del noble, del güelfo. Música y trama poética para revivir un percance político. Amor y violencia en el entramado. Como siempre.
Y este tal Nicolás, apodado el Tolentino, incursionó en esta ciudad dividida entre güelfos y gibelinos para poner orden. Algo logró, aunque no del todo. Y es que resulta muy complicado predicar a gusto de los diferentes enfrentamientos políticos. ¿Cómo un predicador iba a predicar igual para los que defendían la supremacía papal, me refiero a la política, es decir, cómo predicar igual para los güelfos, que para los gibelinos, quienes no se identificaban con los pasos políticos del papado?. Difícil papeleta. Y, sin embargo, se dice que cautivaba a unos y a otros.
Este tal Nicolás vino al mundo de puro milagro. Andaban un hombre y una mujer en pos de un hijo, y nada. Cansados de intentarlo, acudieron a algo que pudiera suplir a lo natural. Se acordaron de San Nicolás de Bari y acudieron a su ermita para que les echara una mano. Estaba pasando el tiempo de que hombre y mujer pudieran lograr lo que la naturaleza les estaba negando, y no tuvieron más que acudir a la promesa y a la peregrinación. Caminaron y caminaron. Me imagino que durante el trayecto lo intentaron las veces que pudieron. Llegaron al lugar de la peregrinación, confiaron al santo su deseo y una vez que regresaron a su casa, la mujer gritó la buena noticia: ¡estoy embarazada! No había más que pensar en el milagro y, para que quedara constancia, agradecieron al santo con bautizar a su muchacho con el nombre de Nicolás.
Nicolás, ya mayor, acuñó una fórmula: “Dios te sanará”. E imponía las manos. Y aquel niño moribundo, quedó sanado, y aquella otra mujer ciega recobrará instantáneamente la visión. “Dios te sanará”, decía como una muletilla. Imponía las manos, y ya.
Pero lo suyo era la predicación contra las rivalidades políticas que de vez en cuando ensangrentaban las aceras de Tolentino. güelfos y gibelinos, fuera de las óperas de Verdi y de Puccini, no se entremezclaban ni siquiera en el amor. Y la literatura de Dante Aligieri lo confirma. Pero este predicador ambulante no cesaba en sus intentos. No logró que la ciudad se apaciguara pero, eso sí, dicen que cada vez que acudían a su prédica, cesaban las reyertas. Que no es poco milagro si de política estamos hablando.