Dios y el dinero

Autor: Adolfo Carreto

 

 

    No soy millonario y mi sueldo no depende ni de los padre nuestros, ni de las ave marías, ni de la amistad con Jerónimo, que es diácono de mi parroquia y, como tal, de misa diaria, de rezo diario, de profesor catequético, de consejero espiritual de todo el que se le pone por delante, como si se tratara de un testigo de Jehová que va de puerta en puerta, todos los sábados, diciéndonos por qué nuestro dios no es dios y por qué el suyo sí. Algo anda mal en mi fe pues mis finanzas no solamente no crecen sino que menguan. Algo anda mal en mi relación con Dios pues mis escasos recursos me impiden ser más generoso. Algo anda mal en mi ciencia pues no logro que ésta se convierta en moneda contante y sonante.

     No sé si lo que sostiene, arropado en la ciencia de la investigación, el profesor norteamericano Jonathan Gruber es cierto o no, pero en mi caso no cuadra. Y mira que echo cuentas, pero nada. Tres condiciones infalibles, como tres dogmas económicos, sostiene el susodicho investigador para que se dé la riqueza personal. Primera: ser religioso, y si se trata de una religión occidental, mejor; asistir a misa, que este ya es un condicionante casi exclusivamente católico, por no desechar a algunos de tendencia protestante cercana al catolicismo; y tres: tener amigos creyentes, por supuesto, de la misma creencia, porque de lo contrario, las matemáticas no cuadran. Sostiene el citado profesor que sus conclusiones son rigurosas, y que tal estudio es más de proyección financiera que religiosa. Y mira que miro mis cuentas. Nada, la fe me da para el alimento del espíritu, que no es poco; para alimentar mi cuerpo, y el de mi familia, tengo que sostenerme en mi trabajo. Y no sé si es por tibieza en la fe o por tibieza en el trabajo, pero mi sueldo no aumenta. O sea, que por más que se empeñe el citado investigador, sus encuestadores no han tocado a mi puerta.

     Esto de mezclar fe y dinero nunca me ha gustado, pero en este caso, mucho menos, pues se trata de maquillarlo con ropaje científico. No me gusta pedirle a Dios dinero, entre otras razones porque sospecho que Dios no dispone de bancos, y si alguna cuenta corriente tiene, para repartir, es de otra calidad menos cuantitativa. Hasta ahora, las muchachas acudían a San Antonio para solicitarle el favor de poder emparejarse, y alguna manita echaría el santo porque las muchachas no se cansan de rezarle, pero igualmente sospecho que tampoco es muy pródigo en conseguir novio, pues siguen siendo muchas las que se quedan con las ganas. Por otra parte, los milagros, esos que abundan con razón o sin razón, tampoco suelen prodigarse en lo económico, para eso están los horóscopos y las loterías, que ni siquiera cumplen. O sea, que el tal Gruber me ha desilusionado.

     Pero bueno, por si alguien cree en esta religión de la buena economía, ahí están los datos aportados por el profesor gringo: que si se duplica la asistencia a las ceremonias religiosas, el aumento del ingreso familiar asciende al 9.1 por ciento; y para las mozas con ganas de matrimonio: 4.4. por ciento más de posibilidades para encontrar marido si redoblan sus oraciones.

     Pues ya está, solucionado el desempleo, solucionada la pobreza, y solucionadas las inversiones innecesarias. La única inversión valedera para ser rico, y como Dios manda, es dejarse de tanto trabajo y rezar más. Claro, no sé, a ciencia cierta, de qué religión habla, porque la mía, y en mi caso, esta regla matemática no funciona. Y no les por falta de trabajo, no. Concluyo que es por falta de fe.

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