Regina, la degollada (7 de septiembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Historias como ésta, a montones. Historias de ayer, de ahora, de mañana. Historias de amores contrariados, de venganzas por el fracaso ante esos amores, de torturas domésticas a causa de celos amorosos. Historias de belleza femenina que se convierte en peligro para sí misma cuando hay ojos avariciosos que solamente la quieren para ellos. Historias del poder que todo lo anhela, a como dé lugar, solamente por creer que posee la fuerza para lograrlo. Historias en pueblos desarrollados y pueblos subdesarrollados. Historias de muchachas que andan por los caminos con la peligrosa vestimenta de su belleza. Historias de muchachas que no desean explotar ese atributo para medrar en la vida. Historias de todos los días.
Regina cometió el pecado de nacer bella, ese atributo que hoy día, en muchísimas mujeres de hoy día, y posiblemente de siempre, es el mejor don para medrar. La belleza femenina, según los cánones del momento, es la carta de entrada si no en todas partes sí en muchísimas. Y las jovencitas lo saben, y la utilizan. Esta Regina, no.
Esta Regina, belleza casi en excesos en aquellos tiempos del siglo III, francesa de nacimiento, hija de romano y de gala, se tropezó un día con la mirada del prefecto y ahí comenzó su tragedia.
- Quiero a esa belleza para mí.
Regina no quiere su belleza para el prefecto, entre otras razones porque es cristiana, y seguramente también porque no le apetecía el prefecto, que todo hay que decirlo. Pero ¿quién para contradecir los deseos del prefecto, sobre todo si estos deseos explotan de avaricia por el cuerpo desbordantemente bello de una muchacha?
- Tengo que salir de viaje. Al regreso, deseo que todo esté en orden para hacerme con la belleza de esa muchacha.
No hubo manera. Los empleados del prefecto, para convencerla, le hablaron en todos los tonos y bajo todos los argumentos, promesas de bienestar incluidas. Luego le hablaron de los percances: este prefecto no da su brazo a torcer, lo que quiere lo consigue, por las buenas o por las malas, más vale que le digas que sí, más vale que comiences ofreciendo pleitesía a nuestros ídolos, mira que no es hombre de espera, cuando regrese de su viaje será lo primero que pida, tu presencia decidida, tu sonrisa dispuesta, tu belleza disponible, toda tú, en cuerpo y alma.
Que no, y que no. Y la cárcel, para ver si entraba en razón. Tampoco. Y las torturas, porque el prefecto estaba ya en camino. Tampoco. Ni siquiera algunas manifestaciones naturales que podrían entenderse a favor de la joven, como los terremotos, y unas voces que llegaban hasta su celda de prisión, lograron dar marcha atrás en los argumentos de los empleados del prefecto.
- Pues si no quiere, ya saben qué tienen que hacer –dijo el prefecto.
Y lo hicieron. La degollaron. Cortaron de un tajo esa belleza natural que fue agrandándose a medida que los tormentos crecían. Creyeron que había logrado hacer desaparecer a la belleza de la mujer de las ansias del prefecto, pero tampoco. La belleza de Regina terminó convirtiéndose en tortura viviente para el prefecto. Siempre ocurre igual, también hoy: la belleza femenina forzada termina convirtiéndose en tormento para quien la fuerza. Siglo II. Hoy.