Rosalia, la desconocida (4 de septiembre)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

¿Y cómo hablar de una mujer que no se sabe ni de dónde es, ni como vivió, ni cuanto vivió, es decir, que todo lo que sabemos son especulaciones, historia de boca en boca, tradición, cuentos contados al rescoldo de la lumbre de la cocina, los ojos atentos a los portentos posiblemente inventados, y con todo lo que eso conlleva de distorsión?. Cómo decirle a los de Palermo que su patrona vaya uno a saber si en realidad fue? ¿Cómo desmentir al Papa Urbano VIII, quien la alzó al honor de los altares? ¿Cómo contradecir a esa historia de siglo tras siglo, desde el XII hasta nuestros días?
Tuvo que existir, aunque nos falte la partida de nacimiento. Tuvo que existir pues fueron apareciendo iglesia tras iglesia bajo su advocación. Tuvo que existir porque las leyendas no surgen de la nada. Y porque tuvo que existir, la pintan con una guirnalda de rosas adornando su frente y su cabellera, larga porque sí, pues como veremos, dicen que anduvo a la intemperie, y porque nada más acorde con su nombre latino: Rosalía.
Cuentan que anduvo por Palermo, pero no por las calles sino refugiada en cuevas. Y este es un decir que va a mayores. Mujer ermitaña. Una ermitaña. Una profesión que no pareciera cuadrar, que no pareciera apta, ni siquiera religiosamente, para mujeres. Una mujer sola, por el monte, viviendo en las cuevas, a la intemperie, expuesta no a la soledad por ella elegida sino a los posibles y ocasionales encuentros con viajeros perdidos, por cazadores de la región, por todas esas cosas. En nuestro deambular por el santoral femenino, donde nos topamos con tantos casos raros, uno como el de Rosalía no suele darse, porque en el santoral femenino tal vocación pareciera prohibida. Rosalía, según cuentan, fue mujer de andar sola por el monte, ejerciendo su misticismo de abandono y muerte, de ahí que, igual que se la pinta con ornato de guirnalda floreada, también se la identifique con calavera, que una calavera si va acorde con las pretensiones místicas de todos los que se apartan del mundo y se refugian en los montes, al amparo nocturno de las cuevas y en posible compañía de alimañas y fieras salvajes
No sabemos de qué mal murió. Aunque hay que suponer. Se la considera abogada contra la peste y contra los terremotos. Puede que falleciera por alguna de estas dos causas, o puede que ayudara a alguien a no morir por alguna de estas dos causas. Estamos en el espacio de la suposición. En realidad, no sabemos cómo murió, porque ni siquiera sabemos cómo vivió. A la intemperie sí, pero nada más.
También la pintan vestida de ermitaña, pues si ermitaña era, es el atuendo que mejor le cuadra. Lo que ya no cuadra a la imaginación de uno es cómo sería el vestido femenino de las ermitañas. A los hombres nos los imaginamos desarrapados, semi desnudos, con sayas ajadas, con cordón a la cintura. Imaginarse así a una mujer ya es otro cantar. Quizá algunos pintores, para disimular, la cubren con vestimenta de hábito de agustina, religiosa al fin, que es un atuendo decente y santo para una mujer de todos los tiempos.
Así es que nos encontramos ante una santa supuesta por todos los ángulos que la miremos. Eso sí, para los de Palermo es su santa, y ante tal creencia uno tiene que agachar la cabeza, y la lógica, y ceder. Como hizo el papa Urbano VIII al proclamarla santa, asentándose en la creencia popular.