Ramón, el que nació después (31 de agosto)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Catalán de nacimiento, pero sin madre. Solemos hablar de los hijos sin padre, cuando el padre vaya uno a saber quién es; pero sin madre es más difícil. La mujer no puede ocultar la evidencia, y aunque necesita, o necesitaba, concurso de varón, el varón en muchísimas ocasiones no quería entrar en el juego del concurso. Se olvidaba de lo hecho, y renunciaba a lo por venir. Nacía el niño, sin padre, claro.
Pero Ramón nació sin madre. Quiero decir, nació luego de la muerte materna, a causa precisamente del parto. De ahí que desde entonces el apellido de Ramón fuera Nonato, esto es, el no nacido. Pero nació en buena lid, protegido por el milagro de una cesárea de aquellas que se practicaban en el siglo XIII, que no sé cómo eran, pero de seguro muy milagrosas. Eran más los casos que se iban a pique que los que florecían. Ramón llegó a buen puerto, pero su madre sucumbió en el intento. Es precisamente por eso que las parturientas lo tienen como su protector en esa hora decisiva del parto, confían en él tanto como en los doctores que los atienden, por si acaso.
Un nacimiento tan caprichoso, tan de vida o muerte, exigía una vida acorde. Y Ramón se decidió por los padres mercedarios, ese invento también de un catalán, empeñado a liberar a los esclavos cautivos por los moros africanos para cobrar rescate, ese catalán de nombre Pedro, y de apellido Nolasco.
Y al poco, enviaron a Ramón a que cruzara el charco, repleto del dinero que se tenía, para pagar el rescate a los moros y acudir con el trofeo de los cristianos liberados. Pero no había dinero para tanta redención, y el buen Ramón se ofreció él mismo para que dejaran en libertad a unos cuantos más. Le tomaron la palabra, y lo encerraron.
- ¡Ya enviarán a otro con dinero para que lo dejemos libre! –dijeron los estafadores. Y lo dijeron sabiendo de qué iba el percal. Pedro Nolasco envió a otros, con dinero suficiente, para que el religioso pudiera regresar a casa.
Pero Ramón era terco, y en la cárcel se dedicó a lo prohibido por los mahometanos: a predicar la fe en Jesús de Nazaret, lo que estaba prohibido. De ahí que se vieran obligados a taparle la boca. Lo hicieron no con mucha delicadeza: le ataron una mordaza a la boca, convenientemente candada, la cual solamente le despegaban en el momento de la comida, que no era mucho. Sin palabra para el español, los mahometanos africanos podían quedar tranquilos.
Cuando por fin lo liberaron, ya en la libertad de la calle, y luego de cobrar el rescate pertinente, volvieron a encarcelarlo: continuaba instruyendo en la ciudad la fe en Jesús. Así que quisieron escarmentarlo con paliza incluida, dejándolo medio muerto. No escarmentaba este catalán.
Llegó a Cataluña y el Papa se empeñó en nombrarlo cardenal. No quería. Tuvo que obedecer. Se empeñó el pontífice en que acudiera a Roma para que le aconsejara en el gobierno de la Iglesia. No quería. Pero tuvo que obedecer. Pero no llegó a Roma. Durante el trayecto fue amarrado por las fiebres y la debilidad acumulada en África, y murió. Tenía solamente treinta y seis años de edad.
Las parturientas, todavía, le rezan para que ni ellas, ni sus muchachos, se queden en el empeño primero. Amén.