Kempis, el libro (30 de agosto)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Se llamaba Tomás el autor, pero eso no es de todos conocido. Kempis es el nombre de su ciudad natal, en Alemania, pero eso tampoco sería relevante sin el librito. A mí, de novicio, me dijeron que leyera a Kempis, sin más. No me decían que leyera el libro de Tomás, el nacido en Kempis, ni siquiera me nombraban el Libro, La Imitación de Cristo. Con decirme que leyera a Kempis era suficiente. Y todos entendíamos.
La historia de este libro, o de estos cuatro libritos en uno, La Imitación de Cristo, es verdaderamente singular. No sé si el clérigo Tomás lo escribió para hacer historia personal de sus personales idas y venidas por el camino del arrepentimiento para la elevación, o si también su intención era que el resto de sus compañeros se entretuviera espiritualmente con él. Lo cierto es que el autor murió y su libro todavía era letra a mano sobre el papel. No hubo publicación en vida. Sí al año siguiente, una vez fallecido el escritor.
Y desde entonces, edición tras edición, año tras, año, por miles, por millones. Aseguran que se trata del libro que más ediciones ha tenido después de la Biblia, más que El Ingenioso Hidalgo don Quijote de la Mancha, inclusive. Todavía hoy se reedita, es cierto, pero también es verdad que ya menos. Y no porque lo escrito haya caducado sino porque ha ido caducando el interés por la espiritualidad según los lineamientos de Tomás, el nacido en Kempis, el escritor anónimo en vida, el asceta, el hombre que tuvo que luchar contra toda clase de tentaciones, las de la carne incluidas.
Tengo que ser sincero: a pesar de haberlo leído porque sí, porque de obligación, y a pesar de haberlo rezado para la meditación obligada, y para la libre, no recuerdo en este momento frase para citar. Y, sin embargo, intuyo que más de una frase, que creo de mi propiedad, se escapa desde mi interior desde que leí el libro. No solamente me ocurre a mí; he oído a otros con idéntica sensación. Así es que el librito, La Imitación de Cristo según el estilo de Tomás, el de Kempis, se las trae: ha dejado huella en uno sin uno percatarse. Que precisamente ese sea el milagro.
Me han recordado la enjundia de la primera parte, esa que el autor llama La Sirena. Y se me antoja ahora de una actualidad desbordante. Allí Tomás visualiza los cantos de sirena de la época, esos que se refieren al triunfo a como dé lugar, caiga quien caiga; esos que apuntan a títulos y puestos; esos que hablan de vida fácil y sin preocupaciones; esos que son auspiciados por lo que ahora se llama publicidad y entonces no sé; esos que te abren las puertas del triunfo del mundo y te cierran las de la liberación. Porque precisamente de eso se trata: La Imitación de Cristo, en resumen, es el diagnóstico para la liberación total de la persona, desbrozando todos los obstáculos que a ella se oponen, tapando los oidos a los cantos de sirena, a las ensoñaciones, a las promesas de felicidad que nunca llegan a cumplirse; es decir, a la lucha diaria para la liberación espiritual.
Un escritor, una ciudad, un librito. Todo podemos reducirlo a una palabra: Kempis. Y yo creo que quienes lo hemos leído, aunque sea distraídamente, hemos mejorado un poco, así no nos demos cuenta.
El autor no ha llegado a santo, se ha quedado en beato, pero el libro está colocado en todos los altares de los aspirantes a la santidad.