El Ford Escort

Autor: Adolfo Carreto

 

 

    Por supuesto que yo no lo hubiese comprado. Un Ford Escort, del año 75, con 96.56º kilómetros en su haber, es un vehículo inservible, y si todavía no le ha tocado el desgüace no es por la identidad del coche sino por los papeles. O sea, que las cosas no valen por lo que son sino por la procedencia. Estamos todavía en eso de la ideología de los apellidos: tal es tu apellido, tal tu valor, pues todo árbol genealógico cuenta.

     Por supuesto que no se trata de un vehículo cualquiera. Este Ford Escora, que había llegado a parar a Estados Unidos, que es, a la postre, donde van a parar todas las extravagancias, perteneció a Su Santidad Juan Pablo II, y ese carnet de identidad ya es otra cosa. O sea, que quien tenga acceso a alguna pertenencia del Papa, del anterior o del actual, ya sabe: sea lo que sea, así unos zapatos usados, así una pluma estilográfica, así una almohada de aquella cama no vaticana en la que un día, en cualquiera de sus peregrinaciones, reclinó la cabeza, es moneda contante y sonante. Las pertenencias de los Papas han entrado en el negocio de las subastas, como las de Elbys Presley, por poner un ejemplo, o como las de cualquier famoso. Ya no se trata de antigüedades sino de pertenencias, de dueños, de propietarios privados; eso es lo que da valor.

     Este vehículo papal, con certificado de haber sido manejado por el pontífice, vaya uno a saber, era propiedad de un padre y de un hijo. Pero al hijo parece que los negocios no le iban bien y su padre le reclamó las pérdidas. No se trataba, por lo tanto, de una analogía de la parábola del hijo pródigo; en estos tiempos, esas parábolas están en desuso, mientras cobran uso las pertenencias materiales, así se las tache de simbólicas. Y para resolver sus deficiencias paterno filiales por el deterioro de la economía, se recurrió a poner en venta lo que podía producir el milagro: ese Ford Escort, año 75, 96.560 kilómetros de recorrido. Y el precio fue 680.000 dólares. Por supuesto, se trata de un precio simbólico, aunque pagadero en cheque, pues el anciano vehículo no daba para tanto. Y, sin embargo, se aspiraba a mucho más, aseguran que el precio estimado para su venta oscilaba entre los dos y los cinco millones de dólares. Quedó muy devaluado el vehículo. Aunque, al parecer, sirvió para solventar las diferencias económicas entre padre e hijo, que no deja de ser una especie de milagro de Juan Pablo II, uno de tantos de los que se recolectarán para la promoción a los altares.

     Ha saltado a la palestra esta noticia del vehículo de Juan Pablo II por ser el coche de quien era, no por ser el vehículo lo que es. Cuando el entonces papa entregó su vehículo, dice la noticia de que su intención fue con fines caritativas, es decir, para aliviar algunas necesidades de los que menos tienen. Pues bien, ha pasado a ser objeto de museo, de capricho personal para quienes pueden pagarse esos caprichos y, en este caso, para solucionar los malos entendidos económicos entre un padre y un hijo. Y resolver tales entuertos hay objetos, por simbólicos que sean, que nunca tendrán el precio verdadero. En este caso del Ford Escora, año 75, 96.560 kilómetros, muy por debajo del precio estimado, entre dos y cinco millones de dólares.

.