La Asunción (15 de agosto)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Me encanta cuando se me presenta la página en blanco para escriba sobre la Virgen. A veces pienso que es inútil, que ya se ha escrito todo, o que todavía no se ha escrito lo suficiente. También se me antoja que es un riesgo escribir sobre la Virgen, porque ¿qué más decir de una madre, qué más decir de una compañera de camino, qué más decir acerca de una familia que todo fue enrollado desde el primer momento, desde cuando el ángel le comunicó, desde cuando el momento del parte, en lugar desconocido y a la intemperie, desde cuando la amenaza de Herodes y la escapada a lugar seguro, Egipto, por ejemplo. Todo sumamente precipitado, todo enigmático, todo en un contexto que no parecía encajar.
Y luego los años del crecimiento de pequeño, que vaya uno a saber qué quebraderas de cabeza trajo a la pareja. Y luego de adolescente, qué va a ser de mí, muchacho; sigues o no sigues los pasos de tu padre; quieres o no quieres acudir a la sinagoga, cuidado con las compañías que andas, que hay mucha cabeza suelta. Y luego los días en los que tuvo que anunciar: me voy por ahí, a enseñar una doctrina novedosa, ¿qué doctrina, con qué autoridad?. Pues una doctrina novedosa, madre: esa doctrina de la que todos los días discutimos en nuestras conversaciones.
- Mira, muchacho, que tú eres de cabeza caliente, que te conozco; que ya nos metiste en buen aprieto cuando te empeñaste, en el templo, a objetar lo que decían los entendidos.
Madres no hay más que una, y todas dicen lo mismo en los mismos momentos.
Y luego los tres años de sobresaltos. Y luego los últimos días, desde cuando la condena hasta cuando la crucifixión. Y luego la noticia de que había vuelto a la vida. Todo muy precipitado, pues no fueron tantos los años en estos avatares y me imagino que sí muchos los quebraderos de cabeza. Que son esas imaginaciones inevitables a las que uno tiene que recurrir cuando se le presenta la hoja en blanco para continuar hablando de la madre.
Hoy se celebra el día en el que, para Ella, todo eso ha quedado suficientemente claro y expuesto. No le queda más que emprender el camino nuevamente al encuentro del Hijo, ese que ahora la llama con la urgencia del hijo que anhela a la madre a su lado.
He dicho miles de veces que, para mí, no hay más Asuntas que las de Murillo. He visto pintadas otras con rostro de mujer de hoy, lo cual tampoco desmerece. Pero desde chico no acepto, no puedo, en mi espejo otra estampa de la Virgen que la de Murillo, así la estorben un poquito los ángeles en su camino, así sobren las nubes etéreas. Es el rostro de esa Virgen hacia lo alto lo que me enamora. El rostro de una mujer a quien ya no le quedan dudas de todo su trajinar por esta tierra. El rostro de una mujer a la que no se le pinta el quebranto, pues a donde se dirige no hay lugar para otra felicidad que no sea la del encuentro con el hijo.
Hoy es el día de la Asunción y es día de fiesta. Casi todos los pueblos tienen una asunción no solamente asentada en su altar, y en su procesión, sino, y sobre todo, en su corazón. Hoy en todos los pueblos suenan las campanas de una manera especial, pues repican para ese tránsito de la virgen en procura de la eternidad definitiva. Hoy es el día del aplauso y también el día de la glorificación de la pintura de Murillo.