Estanislao de Cosca, el novicio (13 de agosto)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

No pasó de novicio, ni de los dieciocho años. Desde Polonia hasta Roma había un camino largo, pero él se empeñó en transitarlo para poder ser lo que quería, jesuita. Una profesión que no estaba escrita en sus anales, ni en los anhelos de su padre, ni muchísimo menos en las francachelas de su hermano Pablo. Quiero decir que en su casa no hubo entendimiento porque el muchacho, Estanislao, no entendía lo que entendían su padre y su hermano, y ellos no entendían lo que para él estaba bien claro: hacerse jesuita.
Son muy frecuentes estas rebeliones juveniles, estos empeños a la hora de comenzar el trayecto personal de la vida. Algo no cuadraba en la mente del muchacho. No le cuadraba la política de su padre, senador polaco y rico; no le cuadraba el desbarajuste de la vida de su hermano, bonchón y libertino.; no le cuadraba que el padre le hubiera dado en custodia estudiantil y religiosa a un calvinista fanático; no le cuadraba ni el derroche juvenil, y hasta comprensible de su hermano, ni el tejemaneje político de su padre. Y como nada de esto le cuadraba, colocó sus pasos en el camino en procura del encuentro que anhelaba: hacerse religioso jesuita. De Polonia hasta Roma, haciendo un alto en Alemania. Y en Roma, el noviciado.
Uno sabe de qué va un noviciado. Uno sabe de los experimentos monacales durante ese año, recluido, probándose y que lo prueben. Uno sabe de las meditaciones por los pasillos o en la reclusión de la celda. A veces meditaciones lógicas, a veces estrambóticas. A veces rezos incontrolados, a veces cilicios clandestinos, a veces escrúpulos por cualquier tontería. Y siempre la pregunta: ¿Serviré? ¿No serviré? ¿Qué pensarán de mí?. Eso es el noviciado, un intensivo año de prueba que muchas veces no prueba nada pero que está ahí como iniciación, como punto de arranque, como tiempo inevitable para intentar aclarar las dudas. Sobre todo esas dudas que arañan los dieciocho años juveniles de cualquier adolescente que intenta empezar el camino que, como su hermano, el resto suele despreciar.
Y eso fue la vida de este Estanislao, nacido en Kosca, Polonia, de padre rico y senador, de hermano dado a la francachela y urgiéndolo a que se deje de tonterías religiosas y le dé la mano, que bien sabe él cual es el camino indicado para esa edad, sobre todo cuando hay dinero que lo respalde.
Pues bien, un año solamente le duró a este joven polaco su prueba. Dicen que el contraste entre la dureza fría polaca y el calor sofocante de Roma lo llevaron a la tumba. Es posible. Aunque yo creo, y eso no consta, que se trató de esa ilusión de ser jesuita a tiempo completo en contra de la voluntad de sus padre y de su hermano. Cuando Pablo, una vez más, y seguro que a instancias del senador, acudió a Roma para rescatar del claustro a Estanislao, se topó con la terrible noticia:
- Estanislao ha muerto.
Y era cierto. Había muerto en el noviciado jesuita, adelantando, según cuentan, el día de reunirse para celebrar en el cielo la festividad de la Virgen. Y estos sí son caprichos de novicios, pero un capricho que, en el caso del joven polaco, se cumplió.