Alejandro, el carbonero (12 de agosto)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

El carbonero, por las esquinas,
va pregonando: ¡ carbón de encina!;
¡Carbón de encina, cisco de roble;
la confianza no está en los hombres!
Ni está en los hombres ni en las mujeres,
que está en la rama de los laureles.

Tal cual me la enseñó mi abuela y yo siempre la cantaba cuando arreciaba el invierno, cuando había que agacharse hasta la lumbre de la cocina, en el suelo, junto a las treldes, para frotarse las manos, para secarse los calcetines, para que se oreara todo el atuendo. Yo la cantaba porque me la había enseñado mi abuela, y porque después conocí al carbonero, que no era del lugar pero que llegaba hasta nuestra puerta a ofrecer carbón de encina, cisco de roble, para el brasero.
Y hete ahí que me vino a mente el recuerdo de mi abuela, las manos ennegrecidas del carbonero, el sabor caliente de las brasas y el ritmo de la tonadilla al toparme con este singular santo, que un día, por las riberas del Mar Negro, también se dedicó a quemar troncos para vender carbón, de encina, de roble o de lo que hubiera. Y no me viene a mente un rostro de este tal Alejandro, santo, obispo y mártir, más que el de aquel quemador de troncos para remediar nuestras frialdades, aquel que no era de mi pueblo pero que llamaba a nuestra puerta y mi abuela le compraba un saco.
¿Saben cómo llegó a obispo este carbonero? Por elección popular, que es mucho decir.
Resulta que por aquellos lugares se necesitaba obispo, y en aquella época siglo III los obispos no eran nombrados a dedo sino con el consentimiento de la ciudadanía. Y parece que daba resultado. Así es que el obispo admitía propuestas.
Tres candidatos ofrecieron a Gregorio, el obispo encargado de colocar las manos sobre el elegido: uno con credenciales de persona letrada, otro como penitente austero, y un tercero, el rico propietario. Como se ve, para todos los gustos. No sé si en aquella época los susodichos acudían a la publicidad, si esas artimañas se daban, tenía las de ganar el tercer candidato, el rico propietario. Pero no se ponían de acuerdo ni quienes apoyaban a uno ni quienes apoyaban a los otros. Por lo que Gregorio tuvo que intervenir:
- Recuerden que los apóstoles ni eran ricos, ni letrados. Así les que yo propongo a un hombre que sea caritativo, fervoroso, trabajador, honrado y de limpias costumbres. ¿Quién de los tres es el candidato?. Pues si ninguno de los tres da el paso hacia delante, ¿qué otra propuesta hay?
- Alejandro, el carbonero.
Risas. Chistes de mal gusto. Protestas. Aplausos. Hicieron que avanzara el tal Alejandro y, en efecto, su semblante era de quemar leña, sus manos de agarrar tizones, sus ropas de trabajador a destajo, su mirada limpia y de horizonte abierto, y sin tacha en sus costumbres. El obispo se acercó a él y algo vio en su mirada que dijo:
- El nuevo obispo será Alejandro, el carbonero.
Y así fue. Tiene más historias este santo en su haber, pero para terminar este cuento diré que, además de obispo, terminó siendo mártir. Santo ya lo era, desde que andaba por las calles pregonando carbón de encina, cisco de roble...