Otilia, la ciega (9 de agosto)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Nació niña y ciega, y eso no lo perdonó su padre. Hay padres caprichosos en eso de tener el primer hijo varón, quizá para que se hagan acreedores a sus andanzas, realicen los sueños que ellos han sido incapaces de realizar, o simplemente presuman del primer intento y varón. Luego suele ocurrir que la niña se convierta en la delicia del padre, pero la primera embestida es de rechazo. Y este hombre, Alderico, señor feudal, mandamás de Alsacia, era individuo de no dar marcha atrás. Para colmo, la criatura le nació sería. Así que su decisión fue a rajatabla: 
- Sáquenla de esta casa y hagan con ella lo que quieran.
Fue a parar a un convento de monjas. Y allí, y sin nadie pretenderlo, ni sospecharlo, se produjo el portento. En el momento de ser bautizada, ya mayorcita, recuperó la vista. El sacerdote le puso por nombre Otilia, que viene a ser algo así, traducido, como La luz de Dios.
Pero lo que me cautiva de esta mujer, a la que yo no conocía, es su semejanza en historia con La Canción de Marina, una novela de mi entorno campesino, que data más o menos de esas fechas feudales, y que trata de la campesina Marina, perseguida por los caballeros del Marqués de Pumareda, para solaz del marqués, dueño y señor de tierras y personas y con derecho a pernada. Así era, y así lo cuento. Y Marina, escapándose de los perseguidores a caballo, sintiéndose perdida, se postró ante una peña, de esas que tanto abundan por mi entorno puebleril, y rezó:
- Ábrete, peña, que viene Marina cansada.
Se abrió la rendija de la peña y por ella penetró la doncella, hasta el día de hoy. Eso se cuenta por mi pueblo, y eso novelo yo. Pero ahora ha venido esta tal Otilia, santa Alsaciana, con idéntica historia: también recurrió al escondite de una peña para zafarse a los perseguidores enviados por su padre. Y la peña se abrió y Otilia se escondió dentro. Hasta que su padre, el señor feudal, consintió para su libertad.
Es decir, que las historias, así sean las más fantasiosas, tienden a ser auténticas. De ahora en adelante tendré, al releer mi novela, que acudir a ambos hombres-Marina Otilia.
Esta muchacha, la ciega, tuvo siempre sus más y sus menos con su padre. Alderico una vez aceptada la muchacha en el castillo, optó por hacerla princesa, casándola con un alemán que perpetuaba la dinastía. Pero Otilia que no. Huyó de la casa. Y Alderico, lógicamente, montó nuevamente en cólera:
- ¡Pero qué es lo que pretende esta muchacha!
Lo que pretendía era hacerse monja, como sucedió, y darse por entero a los pobres, como igualmente sucedió. Y otra vez Alderico le aceptó el capricho. No solamente eso, le regaló nada menos que un convento.
Pero el cuento no termina aquí. Alderico y su esposa, convencidos de la tozudez religiosa de su muchacha, terminaron convirtiendo su castillo en convento y ambos, ya mayores, decidieron vivir como monjes. Eso sí, al lado de su hija, quien aceptó ser la superiora de aquel castillo convertido en convento.