La transfiguración (6 de agosto)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Se trata de una página de poesía sin par. Se trata de un momento de éxtasis en el que la luminosidad deslumbra, en el que el cielo baja al monte y desde el monte se ilumina la tierra. Se trata de una visión entre real y maravilla, solamente apta para aquellos que tengan los ojos para ver y oídos para oír. Se trata del momento terrestre en el que Jesús se despojó de su manto de caminante para cubrirse con el manto de luz de la eternidad. Se trata del día en el que los apóstoles, tres, Pedro, Santiago y Juan, los elegidos, los preferidos, accedieron a un retazo de la vida del amigo no reservado ni siquiera para el resto.
Jesús tomó a los tres y los condujo al monte Tabor, porque precisamente en ese monte tenía otro encuentro: el encuentro con la Ley judía que personificaba Moisés, y el encuentro con las profecías pasadas y presentes, ideadas en Elías. Todo el Antiguo y el Nuevo Testamento recluidos en aquel monte de luz, en aquel cuerpo dispuesto para ser admirado en toda su luminosidad gloriosa.
No sé qué fue lo que contemplaron los tres elegidos pero sí el estado de satisfacción con el que arrancó Pedro: ¡Qué bien se está aquí! ¡Provoca quedarse! ¿Por qué no construimos tres chozas y nos quedamos? Y me imagino a mí mismo, pues también he reaccionado así ante el esplendor natural de un río de agua de nieve, ¡qué bonito!, ante un paisaje de verdor refrescante, ¡qué bien se está aquí!, ante la tranquilidad de las olas del mar ¡qué descanso! Son esos momentos en los cuales nosotros mismos transfiguramos a las cosas, a la creación porque, sin duda, la creación nos transfigura.
Muchos son los pintores que se han dejado llevar por esta escena. Y es que se trata de un momento inspirado para cualquier inspirado pincel. La luz inmaterial que transfigura al cuerpo material de Jesús contrastando con la luz absolutamente natural de los tres apóstoles cansados, tumbados en el suelo, quizá deslumbrados, espiando para procurar entender de qué hablan aquellos otros dos que se han unido a Jesús. Nos hemos enterado de que conversaban sobre los acontecimientos de los días por venir, que de eso, sin duda, debería entender Elías, por su condición de profeta. Pero no había que ser demasiado adivino, pues el contexto ya andaba caldeado y a Jesús le seguían los pasos desde el Sanedrín.
Bellini, el pintor, dejó constancia en forma costumbrista, de este momento. Al fondo un campesino realiza su faena. Los apóstoles, cansados, tumbados, aguardan el momento de descender del monte. Moisés muestra las tablas de la ley y Elías profetiza sobre los días por venir. Y Jesús, en el centro, simplemente se manifiesta, simplemente se transfigura, simplemente irradia una luminosidad que es, sin duda, la que debe dar el salto de los tiempos pasados a los nuevos. También me quedo con la Transfiguración de Fra Angélico, quien, para completar la escena, ha introducido a la Virgen y a Santo Domingo, para dejar constancia actual de un momento de la eternidad. Rafael, en cambio, dejó perfectamente marcados los dos mundos: el del Jesús glorioso con el de la multitud que ve lo incomprensible y que se estremece.
Una página mística en un contexto de poesía. Una página para visionarios y para el éxtasis. Una página para creer, viendo lo increíble. Es la página que torna transparente al misterio: al misterio de la fe y al misterio del pincel.