Marta, la hermana (29 de julio)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Me imagino una casa grande, con huerto grande, con espacios grandes, con olivares incluso, y con otros frutales. Me la imagino como una hacienda de pueblo cercano a capital. Y no a capital cualquiera, sino a la capital, nada menos que a Jerusalén. Dicen que el pueblo era tranquilo, y les posible que en él se refugiara más de uno que huye del bullicio, que se asusta del corre corre, que prefiere caminar sin prisa. En Jerusalén, además del templo judío, estaban las instalaciones romanas; además de los funcionarios del templo, los funcionarios del imperio, además de la gente rica, la más necesitada, además del jolgorio, la miseria y la tristeza. Betania era otra cosa: un remanso cercano a la ciudad, lo suficientemente cercano a ella para aventurarse en cualquier momento, y lo suficientemente lejano para vivir sin el estruendo. Pues en Betania, en esa casa que mi imaginación pinta grande y hacendosa, vivían tres hermanos: Lázaro, Marta y María.
Además de lo que me he imaginado, me imagino también a esta casa como un lugar clandestino, un lugar de refugio, no sé si un escondite, pero casi. Hay que entender que a estas alturas ya los escribas y los fariseos habían echado encima el ojo a Jesús, y ya habían tramado su muerte. Así es que tenían que andar con suma cautela. No es nada de extrañar que la casa de estos tres hermanos no solamente fuera cobijo y escudo para Jesús, sino también lugar de información. Lázaro no era un cualquiera. Como terrateniente, que sin duda era, era hombre con influencias y hasta con poder de decisión. Así es que con Lázaro y los suyos había que tener más cuidado. A Lázaro le llegaba información desde la catedral acerca de todo el quehacer de Jesús, su íntimo amigo. No sabemos desde cuando eran amigos los cuatro: Lázaro, Jesús, Marta y María pero yo presumo que no lo fueron de última hora, por lo que se intuye en los Evangelios, sino que semejante amistad venía desde largo. Hay que tener en cuenta que Jesús cultivaba amistades de gente importante en Jerusalén, por poner un ejemplo más, José de Arimatea, miembro del Sanedrín y gente de dinero.
He llamado a Marta, la hermana, porque se ha volcado en ella menos la literatura, tanto la fantasiosa como la religiosa, que en María. Y sospecho que era la mayor de los tres, al menos mayor que María. María luce como la consentida, inclusive en labios de Jesús. Marta, la señora de la casa. Lázaro, el hacendado. Lo que sí parece claro es que Marta la típica mujer de la casa, atenta a todo, la que no permite que falte detalle alguno, la anfitriona, la dispuesta a partirse el lomo con tal de que los invitados estén a gusto. Dicho de otra manera, María era mucho más callejera que Marta. Quizá María siguiera más de una vez los pasos de Jesús, junto a otras mujeres compañera mientras Marta se quedaba en la casa, haciendo u ordenando las labores.
Cuando murió Lázaro, fue Marta la que se quejó ante Jesús: “Si hubieses estado aquí mi hermano no hubiese muerto”. Un reproche que indica demasiada familiaridad. Por leso digo que esa casa de Betania, cercana a Jerusalén, propiedad de Lázaro, Marta y María no era un lugar de paso para Jesús y sus acompañantes; se trataba de un refugio seguro. Y en esas reuniones que sin duda allí se sostenían, tuvieron que planificarse más de una salida y tomar más de una precaución. Porque, hasta que no llegara la hora, el camino tenía que seguir. Y Marta cuidaba de que nada faltara para el trayecto.