Catalina Thomas, la mallorquina (28 de julio)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Cuando se topa uno con el lugar donde alguien nace comienza a comprender mejor al personaje. Cuando se contemplan las calles del pueblo, por donde correteo, las campanas de la iglesia que tantas veces escuchó, la plaza donde las fiestas prosperaban y donde la alegría bullía, los campos labrados, los frutales inclusive, los riachuelos que los circundan y la gente, sobre todo el rostro de la gente, comenzamos a comprender al personaje. Aunque Catalina Tomás pertenezca al siglo XVI es como si fuera muchacha de hoy, porque he visto los caminos que transitó, los montes que protegen a su pueblo, Valldemosa, en la isla balear de Mallorca, porque he pisado el empedrado de sus calles que se empinan, o que se convierten en ríos cuando llueve. Porque he observado una iglesia con su torre, construida en el siglo XIII y por ende ya consistente cuando Catalina nació, torre con campanario y divulgando el sonido de sus campanas hasta el tope donde lo detenían las montañas.
Claro, la Valldemosa de hoy no es la de la muchacha, porque nadie sospecha entonces que hasta ese valle escondido llegarían personalidades, pintores, artistas y veraneantes de toda condición como hoy llegan. En aquel tiempo Valldemosa era hija de su tiempo, labradora por demás, y con eremita incluido, un tal Castañeda que solamente bajaba al valle, desde los riscos, cuando necesitaba mendigar. Con este eremita se topó en su día Catalina y a él confió su orfandad y su ilusión de hacerse religiosa.
Como huérfana prematura, quedó al cuidado de unos tíos, y con ellos se fue al campo, al lugar de labranza, a cosechar y recoger para sobrevivir. Pero se le metió en la cabeza hacerse monja cuando eso no cuadraba con las pretensiones de sus protectores. En casa campesina se necesitan brazos para otros quehaceres.
Pero tanta fue la insistencia que los tíos cedieron y procuraron colocarla en un convento, para que la muchacha pudiera superar todos sus quebrantos. Tarea casi imposible. Las puertas de la admisión se cerraban por la condición de pobreza de la muchacha: no disponía de dote para entrar en la profesión religiosa. Y en aquellos conventos no solamente se necesitaba la alimentación del espíritu sino también la del cuerpo. 
Por fin la aceptaron. Y creo que ya está. De ahí en adelante la oración, el sacrificio, el recogimiento, la obediencia y la convivencia. Nada espectacular se le atribuye a esta mujer además de esas virtudes, que no es poco. Si se le atribuye que predijo su muerte con exactitud, a pesar de carecer de enfermedad aparente. También se cuenta, pero esto ya no consta, que su vida transcurrió envuelta en visiones: muchas de Jesús crucificado y Nuestra Señora, muchas de santa Práxedes, san Antonio Abad, San Bruto, y muchas de Santa Catalina, la mártir, su santa preferida. Pueden o no ser ciertas, pero los de Valldemosa lo aseguran, incluso estos de ahora que no van al pueblo en son de peregrinación sino de disfrute turístico y balear, pero que transitan las mismas veredas, ven las mismas montañas, pisan las mismas calles empedradas, contemplan idéntico verdor, y pueden acercarse, sin mayores tropiezos, al mismo mar. Yo diría que se trata de una santa de pueblo humilde que va haciéndose grande a medida que se ensancha la leyenda. Y la leyenda de Catalina Thomás está repleta de visiones y apariciones.