Santa Ana, la abuela (26 de julio)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Tal día como hoy no queda más remedio que echar mano a la niñez, a la propia, al recuerdo más afortunado que uno recuerda: la mano de la abuela, la sonrisa de la abuela, los decires de la abuela, las comidas de la abuela, las medias que zurcía en los tiempos aquellos en los que se zurcían medias. Tal día como hoy, Santa Ana, mi abuela, mis dos abuelas, se hicieron santas como se hacen todas las abuelas: a fuerza de esfuerzo, a fuerza de echar para adelante primero a sus hijos y después a los hijos de sus hijos. Tal día como hoy es el día en el que uno se siente protegido, pues no hay mejor recuerdo protector que el de la abuela.
Nuestros mejores recuerdos, al menos los míos, siempre arrancan de aquellos años en los que las abuelas y los abuelos protegieron mis primeros pasos, cumplimentaron, a veces a escondidas, mis primeros caprichos, me consintieron más, mucho más de lo que era posible, me enseñaron a acostarme rezando, me curaron los primeros rasguños, me consolaron ante los primeros y más significantes quebrantos. Por eso yo sé, todos sabemos, quién es y como fue Santa Ana, la abuela de Jesús: fue, es y será, porque el recuerdo de las abuelas jamás perece, como lo fueron las nuestras.
Jesús no se privó el lujo de tener abuela, al menos materna. Por parte de José los abuelos han quedado desfigurados, y me imagino que se trata de una tremenda injusticia, pues cómo los abuelos paternos no iban a tener con él las mismas debilidades que tienen todos los abuelos. Por eso hoy, el día de Santa Ana, quisiera igualmente rendir pleitesía a esa otra abuela, a la que quedó en el anonimato. Creo que sería una descortesía para José, y no digamos para Jesús. Le han privado, le hemos privado, nos han privado de unos abuelos con todas las de la ley: con todas las de la ley divina y con todas las de la ley humana.
Hay muy poco que contar de Santa Ana, la madre de María, porque acerca de las abuelas lo sabemos todo. Pero algo de lo que la tradición, o alguna tradición cuenta, no me cuadra. He leído en un historial piadoso que la buena de Ana quedó estéril durante cuarenta años. Y me pregunto que por qué le han endilgado ese pecado. Hasta lo que sabemos, María nació en ese estado de gracia maternal por obra y gracia de esa ley divina que toda mujer naturalmente normal lleva en su entraña. ¿Por qué, entonces, colocarle el sambenito de la esterilidad a una mujer que fue madre por derecho propio y por derecho propio igualmente fue abuela?. No creo que a su nieto, Jesús, le hubiese hecho mucha gracia semejante comentario. Suena como si la naturaleza se hubiera vengado de la pobre mujer luego de haber parido a María. Por eso estas devociones no me cuadran, y no solamente no son piadosas sino resultado de una falta de fe impresionante, y de un irrespeto soberano a quien quiso que Ana, la abuela, mi abuela, tuviera como nieto a Jesús, o a mí.
Por eso digo que tal día como hoy es la fecha de retornar a la niñez, cuando las abuelas arropan nuestra inocencia, y cuando todo es cristalino y con sonrisa en los labios. Porque, para enjugar las lágrimas, las abuelas.