Cristina contra el poder (24 de julio)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Todo comenzó el día cuando Cristina, niña, traviesa, antojadiza, observadora, preguntó a su padre, el gobernador Romano:
- Padre, ¿son tan malos esos cristianos para que los mates sin contemplación?
- Tú, a callar.
Pero la muchachita no quería callar, y continuaba preguntando. Ya no solamente preguntaba a su padre sino a todo el que se le cuadra:
- ¿Pero son tan malos esos cristianos?.
- Mejor que no preguntes tanto, criatura.
Como nadie le daba respuesta, continuó indagando, y llegó a la conclusión no solamente de que no eran malos, sino de que eran cariñosos, caritativos y sufridos. Y a medida que se afianzaba en esta convicción, comenzó a dudar de los dioses de su padre, de las estatuas de los dioses, que su padre conservaba en buena cantidad en su casa. Estatuas de cuanto dios posible pagano existiera. Estatuas más grandes, más pequeñas. Estatuas todas construidas con el material que les gusta a los dioses paganos: oro, plata, pedrería.
Y la muchacha comenzó un juego que no gustó al padre, un juego como un desafío. Tomó todas las estatuillas de los dioses, las rompió, vendió el material con que habían sido hechos y repartió lo ganado entre los cristianos.. Mejor que no. Ese desplate no se le hace a un padre, y menos si es gobernador, y menos si es creyente en sus dioses, y menos si se ha preocupado en coleccionar sus estatuillas.
No pudo el padre por las buenas. En balde le decía:
- Esos cristianos son hechiceros.
Y para que Cristina escarmentara, primero castigos más o menos, luego prohibiciones, después quemadas sus plantas de los pies con los carbones ardientes de un brasero, más tarde la cárcel, y por fin, la rabia del padre quiso acabar con aquel entuerto:
- Atadle una rueda de molino al cuello y arrójenla al lado.
Pues no eso. Siempre los ángeles salían en auxilio de la muchacha. Lo que confirmaba que los cristianos eran realmente hechiceros.
Cayó en desgracia el gobernador y lo sustituyó otro gobernador. Nuevamente a empezar: aceite hirviendo para freír a la muchacha, pero ni una ampolla le sale. La conducen ante el ídolo, y el ídolo se desploma y el gobernador muere. Y el tercer gobernador se empeña en lo mismo que los anteriores.
- Es la hechicería de esos cristianos. Hay que acabar con ello, pero primero con cristina.
Siete días dura metida en un horno, para asarla, y nada. La encierran en un cuarto con serpientes, víboras, escorpiones. Y nada. Ordena cortarle la lengua, pero resulta que la muchacha continúa cantando con más gracia que antes. Siempre los ángeles tendiéndole la mano.
Hasta que por fin, atada a un tronco, unas cuantas saetas acabaron con ella. Y comentaban los paganos que por fin habían terminado con la hechicería de los cristianos.
Es mejor llegar a una conclusión y no detenernos en los detalles. Esto dicen que pasó durante los primeros años del cristianismo.