Santa Magdalena, sin más (22 de julio)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Santa fantástica, donde las haya. Quiero decir, santa de fantasía, mujer hecha para los inventos, mujer con cuerpo invadido por demonios, hasta siete, dicen, le expulsó Jesús de una sola vez; santa pecadora por demás, protagonista de esos pecados públicos que todos sabemos y que pareciera no tener remedio.
Magdalena, compañera de viaje de Jesús según todos los indicios, compañera de pluma de todos los escritores que se precian, compañera de andar por las calles, mendigando lo que mendigan estas pecadoras, que siempre termina siendo un mendrugo de pan, que siempre es para remediar una necesidad propia o ajena.
Magdalena, santa magdalena, mujer de celuloide, mujer para que todavía hoy prosperen los escándalos sobre quién fue y lo que hizo, mujer a la que no se le conoce marido porque, como la otra, muchos tuvo, y el que ahora tiene no lo es. Y Jesús no condenó a aquella mujer, como no consta que condenara a ninguna. Sí a hombres. Sí a mandamases. Sí a escribas y fariseos. Pero a mujeres, pecadoras públicas incluidas, es decir, aquellas a quienes todos condenaba, nunca. Al menos que yo sepa. Ni siquiera a aquella que defendió ante los apedreadores: “Quien esté libre de culpa, que le lance la primera piedra”.
Digo que esta Magdalena lo es a carta cabal. Mucho murmuraban de ella. Muchos comentarios había. Muchas miradas condenatorias. Y ella, erre que erre, perseverante, detrás del compañero que enseñaba cosas que a ella, sin duda, le satisfacían. Y Jesús, también hay que decirlo, no solamente no la apartaba de su lado sino que la atraía a su grupo.
¿Recuerdan aquella escena de los perfumes, de la jarra con alabastro, de frotarle los pies precisamente en el momento de la comida, en un contexto de buen ambiente, en un lugar de gente refinada?. Se lo echaron en cara al maestro, y el maestro salió con una de las suyas: ella está haciendo lo que nadie se atreve a hacer.
Me gusta esta Magdalena por ser mujer atrevida, por ir contra corriente, por ser fiel a sus principios, porque, ante su presencia, los que se consideraban puros de inmediato se notaban manchados. Me gusta esta Magdalena hecha para la literatura de todos los tiempos, que presumo es la santidad de todos los tiempos. Me gusta esta mujer endemoniada que supo desprenderse de sus demonios. Me gusta esta maría que fue la única que se decidió a buscar a Jesús horas después de ser sepultado. Me gusta esta mujer a la que nunca he podido imaginarme con cara triste, con rostro de un arrepentimiento forzado y mentiroso, con decisión para continuar tras los pasos del profeta a pesar de los decires y de las malas lenguas. Porque no hay quien me quite que sobre esta mujer, y en aquel tiempo, mucho envidia prosperó, y muchas malsanas intenciones se prodigaron.
Continuaremos hablando de ella, escribiendo sobre ella, imaginándonos una vida que no sabemos a ciencia cierta como fue pero que sí intuimos cómo pudo ser. Y qué quieren que les diga: estoy convencido que Jesús sentía muchísimo aprecio por ella, igual que ella por el profeta. De no ser así, Jesús no hubiese tenido empacho alguno de apartarla de su camino. Hubiese querido referirme a lo que los pinceles nos han dejado de ella, pero ya habrá oportunidad.