La Estrella del Mar (16 de julio)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

No es que no me guste el nombre de Virgen del Carmen, claro que sí, pero me suena más el de Estrella del Mar. Y, sin embargo, he de reconocer, que la mayoría hemos ido creciendo con un escapulario sobre el pecho, uno de aquellos escapularios sencillos, el cordoncito para colgar del cuello y la imagen de la Virgen del Carmen forrada en plexiglás, para que el sudor no la manchara. Por eso digo que la Virgen del Carmen ha sido nuestra primera protectora, nuestro primer contacto físico, nuestra primera devoción de verdad mucho antes de que los escapularios se convirtieran en oro y en lucimiento.
- ¿Y este escapulario, madre?
- Es tuyo.
- Mío. ¿Desde cuándo?
- Desde que te lo puso al cuello tu abuela.
Es anécdota de estos días, de cuando yo andaba por la casa de mis padres hurgando recuerdos. Las madres conservan siempre las cosas de uno, pero hay cosas que conservan con más esmero, y este escapulario mío, regalo religioso de mi abuela a no sé qué edad, permanecía tal cual, envuelto en papel de estraza, colocado dentro de un sobre que había llegado de una trinchera, cuando la guerra, y que mi madre conservaba a la par: el sobre, los garabatos de alguien que no pudo escribir más y mi escapulario. No me atrevía a preguntarle el por qué de esa hermandad de recuerdos pero aún me pica la curiosidad. Digo por eso que la Virgen del Carmen, gracias al escapulario popularizado y universalizado por las hermanas carmelitas, igual que los dominicos popularizaron y universalizaron el rosario, son patrimonio de uno desde la niñez, un signo de identidad, un segundo bautizo imborrable y con todo el carácter que imprime.
A la Virgen del Mar, que es la misma Virgen que bajó del Monte Carmelo para iluminar los caminos del mar, tanto los nocturnos como los diurnos, la conocí después. Yo no soy de mar sino de tierra adentro, y en tierra adentro prospera más la Virgen del Carmen que la Estrella del Mar. Fue a los quince años cuando me topé por vez primera con el mar y, sin quererlo, con la Virgen que ilumina las noches de los pescadores. Y fue en Galicia, que no es mi tierra, porque como si lo fuera, porque cuando uno ve por vez primera el mar esa tierra que lo baña se convierte también en algo imborrable.
Me topé con la Estrella del Mar en Galicia, en una romería por las rías, una barca trasportando a la imagen y otras coreándola aguas arriba, aguas abajo. También en ese momento cambió en mi mente el concepto de romería; acostumbrado como estaba a las castellanas me topé con estas otras acuáticas y en más de una ocasión se me ocurrió inventar una a menor escala, pero sin con barquichuela por las aguas del Duero. No prosperó mi imaginación.
Así es que la Virgen del Carmen es de mar y agua, de monte y meseta, de verdor galaico, de sabor andaluz, de color a trigo castellano, de ermita por todos los altozanos, y de apariciones por todas las esquinas. Me gusta mucho el nombre de Estrella del Mar porque siempre me ha parecido la Virgen marinera una Virgen con mucho empaque, con mucho temporal al acecho y con mucho sudor salobre en el cuerpo de los pescadores. Y por gustarme, me gustan las dos, la de mi abuela, la cual conservo en un escapulario intacto aunque ya un poco amarillento, y ésta de las rías, porque a las dos les cantamos la misma Salve porque es la misma patrona.