María Goretti, la violada (6 de julio)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Esta historia suena tanto, es tan cercana, que se ha convertido en el pan nuestro de cada día con el cual muchas mujeres se atragantan, hasta morir. Esta es la historia de una violación y de todas las violaciones, porque todas las violaciones son una, la misma, la reiterativa, la diaria, la que se ha convertido ya casi en deporte, o al menos en rutina. Esta es la historia de cualquier mujer de nuestro tiempo, sea en plan doméstico, o sea en cualquier plan, que terminan degolladas, acuchilladas, apaleadas, asfixiadas, definitivamente degradadas por hombres que andan mal, muy mal, del cuerpo y del espíritu. Este es un martirio que ahora se publicita mucho, pero que no es de ahora, es desde cuando la razón del macho pierde la razón para convertirse en asesino.
La historia de María Goretti, la muchacha italiana del siglo XIX, es tan conocida que casi a diario la vemos reescrita en la prensa del mundo entero. Es la historia de una violación y de todas las violaciones, de un asesinato y de todos los asesinatos. Tiene tantos nombres María Goretti, y se escribe en tantos idiomas, que no hay espacio suficiente para copiar todos.
Su historia es la historia moderna de la página de periódicos, con pelos y señales. Su nombre, su edad, su necesidad, su pobreza, su inocencia..., y el nombre de él, Alejandro Serenelli, primero tozudo, luego arrepentido, pero ya cuando el arrepentimiento había dejado a una niña muerta en el camino. No es la historia de un enamorado burlado, es la historia de un poseso por conseguir el placer femenino a cualquier precio. Dicen que leía literatura pornográfica y con ella se excitaba. Los posesos de hoy obtienen pornografía a raudales, escrita y visual, sin necesidad de pagar por ella. Los posesos de todos los tiempos consiguen la pornografía inventándosela, abriendo su imaginación y fotografiando en ella todos los excesos que no puede conseguir en la normalidad. Serenelli se arrepintió, dicen que luego de que María Goretti se le apareciera en un sueño y lo instara a arrepentirse para poder llegar también al cielo. No lo niego, pero no me satisface, ni siquiera como milagro.
María Goretti, como tantas muchachas de hoy y de siempre, tuvo la mala ventura de nacer en familia pobre, y la peor ventura de perder a su padre a los diez años. Y como eran muchas bocas que alimentar en casa, mientras su madre iba a bregar todos los días para echar adelante a la chiquillería, ella se quedaba cuidando de sus hermanos. Pero el tal Alejandro, además un muchacho, la creyó presa fácil para satisfacer sus fantasías. La invitó por las buenas, y nada. La amenazó, por las malas. Tampoco. Le dijo lo que dicen en esos casos. Menos. Hasta que apeló a lo que apelan: a la fuerza en el forcejeo, y como nada, a la cuchillada. Dicen que le asestó catorce puñaladas. Demasiadas para sobrevivir.
Es lógico que esta muchacha, mártir moderna, se hiciera popular en poco tiempo. Es de lógica que todas las muchachas acudieran a su protección. El día de su canonización, realizada en la Plaza de San Pedro, por el gentío acumulado, quince mil personas, resultó el día de la canonización de todas estas mártires modernas de los modernos y eternos violadores.
A María Goretti, como a todas sus antecedentes y a todas sus consecuentes, hay que colocarlas en el altar del martirio, pero hay sobre todo que cuidar de que este tipo de altares no proliferen.