Proceso y Martiniano, los carceleros (2 de julio)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Avanzan los dos por la empedrada Vía Apia, la gran calle de Roma, camino del cadalso. Los curiosos ya saben qué van a hacer con ellos: cortarles la cabeza. Los curiosos también saben quiénes son: los famosos carceleros de la famosa cárcel Mamertina. Los carceleros de la cárcel donde almacenan a toda la escoria del imperio. Los carceleros que se han ganado el puesto por su temperamento, por su fuerza y por su brutalidad. Los carceleros que únicamente saben de custodiar para que ninguno de los condenados se fugue, para que en la cárcel no prospere ni el más mínimo deje de alegría, menos de esperanza, para que a latigazo limpio, sin contemplación, reduzcan cualquier protesta.
La Mamertina es la cárcel donde impera la blasfemia, donde la palabra se convierte en grito, donde la mirada siempre es de venganza, donde la comida escasea, donde el frío entumece, donde el calor asfixia. La Mamertina es un infierno anticipado para todo aquel que no cumple las leyes del Imperio. Y estos dos, Proceso y Martiniano, los que ahora avanzan por la empedrada calle de la Vía Apia, convertidos en procesados, fueron durante mucho tiempo los responsables de que la Mamertina se convirtiera en el reducto más endemoniado del Imperio.
Los condenaron porque se han convertido a esa religión judía, dicen los curiosos. Los condenaron porque dos de los presos que en la cárcel estaban eran los predicadores de la nueva religión y los carceleros les abrieron las puertas para que se fugaran. Los condenaron por no querer adorar a Júpiter sino al dios de la nueva religión. Dicen que cuando les ordenaron reverenciar la estatua del dios romano, la escupieron. Y dicen que el juez Paulino murió repentinamente porque ellos, o los predicadores a quienes liberaron, lo maldijeron con brujería. Por eso, todos los curiosos estaban de acuerdo a que el castigo para proceso y Martiniano, los carceleros, era justo, porque no hay peor delito que el de suplantar a los dioses, el de desafiarlos con un escupitajo.
Pedro y Pablo estaban recluidos en la Mamertina y allí se ocuparon de continuar con lo suyo: instruir a los presos acerca de la nueva doctrina. Y más de uno quedó convencido. Y, entre los convencidos, los carceleros. Cuentan proceso y Martiniano mientras caminan por la Vía Apia, escoltados por soldados y carceleros de su misma catadura, con semblante de idéntica brutalidad, dicen que dijeron:
- Cristo dará a todos la libertad y a los enfermos la salud.
Blasfemias así echaban más leña al fuego. Por eso los soldados no tenían contemplación alguna con ellos mientras los arrastraban al cadalso.
- Todavía estáis a punto de salvar el pellejo si os inclináis ante Júpiter.
Proceso y Martiniano continuaron por la empedrada calle, pero cuentan que no con semblante agachado, no con mirada que diera lástima, no mostrando signos de arrepentimiento. Quizá por algún escondite, entre la multitud curiosa, los siguiera la mirada de Pedro y Pablo, a quienes abrieron las puertas de la cárcel. Dicen también que muchos de los presos aporrearon los barrotes de las puertas de la Mamertina mientras sus carceleros iba al degolladero, protestando por aquel ajusticiamiento. Pero no prosperó la protesta. Los carceleros fueron decapitados en el lugar señalado, en la Vía Apia, a la vista de todos, y como escarmiento. Pedro y Pablo sabían que Jesús estaba concediéndoles la libertad.