Esteban, el emperador (13 de Julio)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Murió el amigo y Estaban soñó que se le aparecía. Y en sueños, solamente le decía: Después de seis. Lo consultó:
- He soñado que me dicen: después de seis.
- ¿Y qué quiere decir?
- Tendré que acudir a quienes entienden de sueños.
Le dijeron que se trataba de la muerte. Los interpretadores de sueños a veces aciertan, a veces no; pero cuando la muerte anda de por medio, no se puede jugar, por si acaso. Y esteban creía en esos por si acaso. Lo había aprendido en casa. Era una casa de creencia por los cuatro costados, a pesar de ser una casa de nobleza.
- Te quedan seis días de vida.
Y se preparó para bien morir a los seis días. No murió.
- No eran seis días, eran seis meses –corrigieron los pronosticadores.
Y se preparó para bien morir a los seis meses. Tampoco murió. Y nuevamente la corrección de los pronosticadores: No eran seis meses sino seis años. Y transcurrieron seis años y en vez de morir lo nombraron Emperador, luego del fallecimiento de su primo Otón III, quien no dejó descendencia. Y los adivinos le dijeron:
- No era tu muerte sino la de Otón III.
Fue elegido emperador y me cuentan que es el único emperador que ha llegado a los altares. Un emperador guerrero, eso sí. Un emperador de aquella época alemana, 1073, cuando Alemania andaba revuelta y revueltas andaban las naciones vecinas. Y ya se sabe para lo que es un emperador: para poner orden entre los revoltosos, para unificar el imperio, para extender los límites territoriales. En eso Enrique no se diferenció de emperador alguno. Unificó sus territorios y puso orden entre sus vasallos.
Le reclamaron de que era demasiado benigno con los vencidos, con los insurgentes, con los revoltosos.
- ¿Benigno? No. Dios no me dio autoridad para hacer sufrir a la gente, sino para tratar de hacer el mayor bien posible.
Y cuenta la historia que en eso consistió el tiempo de su mandato: procurar el bienestar. Eso sí, al estilo de la época, al estilo de las guerras de entonces. Como cuando tuvo que acudir en defensa del papa Benedicto VIII, a quien quería sacar del papado: invadió Italia y colocó a Benedicto en su lugar.
Lo demás, ya se sabe: defensor de la religión católica, empeño en que se extendiera por todos sus dominios, constructor de conventos e iglesias por todos los rincones, atención a los más necesitados, virtud ésta que le venía de familia.
Solamente una vez se sintió muy enfermo. Peregrinó al monasterio de Monte Casino y quedó convencido de que la intercesión de San Benito le devolvió el bienestar.
Y murió sin que se cumpliera el sueño del “después de seis”.