Cristóbal, el gigantón (10 de Julio)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Es demasiado corpulento este hombre para que quepa en una hornacina. Es demasiado andariego para que se vea reducido a un altar. No quiere lugares estables sino caminos, ríos sin puentes para que sus hombros sean el puente que ponga a buen recaudo al transeúnte que necesita la otra orilla. Todos llevamos a este Cristóbal, santo por obra y gracia del martirio que ordenó para él Dagón, allá por el siglo III, por lo que en aquellos tiempos mandaban degollar: por predicar el nuevo evangelio. Pero este santo no se resignó a la muerte clandestina sino que se ha apoderado de todas las autopistas del mundo y anda al volante de todos los creyentes para que las curvas sean menos peligrosas, para que el vehículo no se descarríe, para que el asfalto no se convierta en sangre. Ha puesto la sagrada modernidad, y la industria del automóvil, a este santo a nuestro servicio para que nos acompañe en forma de llavero, de estampa, de estatuilla, de medalla o de lo que sea. Pero los accidentes de tránsito proliferan cada fin de semana, cada fin de puente, y él, que sirvió de puente para vadear los arroyos, no ha logrado que el vehículo se despanzurre.
Era un tipo curioso. Dicen que se alió con el demonio para asustar a Dagón, que no era un dragón sino el mandamás. Dicen que Dagón, por aquellos lados de Samos, tenía mucho poder, pero temblaba cuando le mentaban a Lucifer. Y el corpulento Cristóbal se hizo cargo para vengarse del poderoso.
- Te daré dos muchachas para tu solaz si dejas de hablar de ese judío. Niceta y Aquilina no son dos cualesquiera, son la flor y nata.
- No. Y si insistes, te nombro a Satanás.
Dagón temblaba.
- ¿Por qué tiemblas, Dagón? A ese demonio, a quien temes, sólo lo vence Jesucristo.
Cosas de Cristóbal. Dagón lo admiraba por su compostura, por su fortaleza, por su corpachón, por su desenvoltura.
- ¿Y por qué te empeñas len transportar sobre tus hombros a las gentes para que no tengan obstáculos al pasar los ríos?
- Porque no hay puentes.
- ¿Es verdad que el peso más grande fue el de aquel muchachito?
- No era un muchachito, Dagón: era el Señor del Universo. Y ese peso, pesa.
No le creía Dagón, porque no era para ser creído. Tampoco Cristóbal lo creía cuando, a mitad del río, el peso del niño se hacía insoportable. Son cosas para no creer. Pero aseguran que ese fue el truco que utilizó Jesús para que Cristóbal comenzara a servir de puente entre los que creían en Él y quienes que aferraban a las creencias de Dagón.
Dijeron a Dagón que Niceta y Aquilina ya no se daban a las cercanías de la carne sino que divulgaban las mismas enseñanzas del gigante.
- Pues que las maten. Y a él también. El que rechace lo dulce que se alimente de lo amargo.
Y los mataron. Cuentan que poco después hasta Dagón rindió pleitesía a este Cristóbal tozudo, a veces mal encarado, gigantón, luciendo su fortaleza tal como lo pinta Diego Rivera, con el torso descubierto y portando sobre su hombro todo el peso del mundo en la contextura frágil de un muchacho, que resultó ser, dice, el Niño Jesús.
Lo llevo a lomos de mi automóvil para que me indique que curva no puedo tomar a lo loco y qué velocidad no es la adecuada; es decir, que me inyecte el milagro de la prudencia.