La Virgen del Icono (27 de junio)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Esta Virgen y este Niño de hoy son un icono, quiero decir, una pintura sobre tabla que los representa. Luce el icono muy antiguo, indudablemente, por el estilo, bizantino, indudablemente por la procedencia. También por el anonimato. Las cosas anónimas siempre lucen antiguas, aunque no lo sean. Eso de no conocer el quién es como misterio, como algo casi clandestino, como lo confeccionado a la sombra. Además, este icono que ha perdurado, Virgen y Niño perdurables, no son realmente el original. Se trata de copia. Aunque tengo mis dudas. Yo creo que este icono, ahora reiterativo, ahora en muchos altares, ahora con muchos adoradores y admiradores, se creó a sí mismo para perpetuar el que denominan original y destruido por los turcos, en Constantinopla, a mediados del siglo XV.


El original, es decir, el destruido, dicen era creación del pincel de San Lucas, el Evangelista, lo cual, honestamente, dudo. Es verdad que cualquier posibilidad cabe, aunque no es probable que Lucas se metiera a pintor. También es cierto que de la pluma surgen líneas, y cualquiera, con pluma en mano, así sea de ave, pinta un garabato.


Este icono no es garabato. Está pintado por pincel experto, por muy anónimo que sea. Sencillo, es verdad, pero experto: en trazo, en colorido, en expresividad, también en veneración. Se trata de un típico icono bizantino, ahora con cantidad de réplicas, con cantidad de altares y con cantidad de devotos. Es el icono que perpetúa a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.


He de admitir que, de entre todas las estampas que circulan de la Madre de Dios, ésta del icono me fascina, no sé si por lo de bizantina, que siempre es mucho más próxima al tiempo real de la Virgen, no sé si por la simplicidad, que siempre los rasgos faciales son más asequibles, como más cercanos, no sé si por la ausencia de decoración innecesaria, que siempre distrae de lo principal. Simplemente me gusta, aunque lejos de mi anular otros gustos.


Claro, la tablilla tiene su historia: un mercader, una travesía en barco con tormenta incluida, una intercesión, una tormenta amainada; luego el escondite, la esposa del mercader que no quiere desprenderse del icono, la historia de los frailes que lo esconden, la del otro fraile que lo descubre, y la insistencia de la imagen en ser ubicada en lugar público, para la veneración de todos.


Hasta que por fin es colocada donde tiene que estar: ante la mirada de cuantos quieren suplicarle el remedio, pues se trata de la Virgen del Perpetuo Socorro, hoy día en el altar universal de muchísimos creyentes.
También me cautiva el Niño. No es tan niño. Más bien adolescente, aunque los rasgos de su rostro den de más edad. Está siendo protegido por la Madre, como ha de ser, independientemente de la edad que se tenga. Y se le cae del pie una sandalia. Un detalle posiblemente insignificante pero que me ha hecho pensar en qué pensaría el pintor, qué quiso decirnos con ese detalle, quizá el de que necesitamos protección perpetua desde la cabeza hasta los pies. Pero esto ya son suposiciones mías.


Lo que perdura, además del icono y su belleza plástica, es la veneración popular: La Virgen del Perpetuo Socorro, esa que procede del tiempo bizantino, si es desde el tiempo de San Lucas mejor, y que continúa presente a pesar de las tormentas, de los escondites de los frailes y de los caprichos de la mujer del comerciante para quedarse con ella, en propiedad privada. La Virgen quería socorrer a todos y de ahí su insistencia en la luz pública y universal.