El nacimiento de Juan (24 de junio)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

El día que nació Juan resultó todo un espectáculo. Me refiero a ese Juan que unos llaman “el precursor” y que todos conocemos como El Bautista. Fue un espectáculo no solamente para los familiares, para los amigos, para la gente común del pueblo sino, y sobre todo, para los oficiales del Templo de Jerusalén. Había sido deseado por sus padres desde los años primeros, desde que la naturaleza es primavera para engendrar, pero nada. Y la espera se prolongó tanto que se trocó en desesperanza. Ya en la plenitud de la vida cualquier anuncio sobre un posible embarazo por parte de la anciana Isabel podía convertirse, como poco, en un hazmerreír, en un correcorre de boca en boca, no solamente por la aldea sino por los pasillos del templo, allí donde se ventilaban los milagros y otras cosas.
Resulta que era verdad, que la barriga de la anciana Isabel iba abultándose, que el nacimiento estaba a la puerta y que, sobre todo, dadas las circunstancias, tendrían que tratar con sumo cuidado a la parturienta, para que todo saliera por la puerta grande, como debe salir todo nacimiento.
Pero es que, además, el padre, el sacerdote Zacarías, había perdido el habla, se había quedado mudo cuando en el templo el ángel del Señor le comunicó la buena noticia:
- Vas a ser padre.
- No te rías de mí.
- ¿No crees?
- En Yahvé, sí; pero en milagros imposibles, no.
- Pues para que creas, quedarás sin habla hasta que nazca la criatura.
Y así sucedió. El buen sacerdote enmudeció, y únicamente podía entenderse con los suyos por señas. Por eso, cuando el día del parto parecía ya inminente, le preguntaron:
- ¿Qué nombre le ponemos?
Mandó que le trajeran la tablilla y en ella garabateó:
- Su nombre es Juan.
Y Juan fue su nombre, porque la criatura nació, y no consta que el parto se saliera de lo normal. La parturienta cumplió con las obligaciones de rigor, según estaba escrito. Todo retornó a la normalidad, incluida el habla del padre. Lo que comenzó como burla terminó como bendición. No hubo persona en toda la comarca que no se enterara, pero sobre todo nadie dudaba que aquel embarazo y aquel nacimiento no sucedió como suceden los demás. La naturaleza se había mofado un poco de todos. Quiero decir, que la naturaleza, que al parecer está dispuesta para todo, incluidos los aparente imposibles, dio un espaldarazo a la esperanza. Y, por supuesto, como aquello no tenía facha de normal, comenzó a hablarse de milagro, esto es, de intervención divina.
Lo cierto es que Juan, primo de Jesús, se adelantó en esto del nacimiento, al hijo de María. Y también, ya zagaletones ambos, le preparó el camino, cuando comenzó a introducir sus pies en las aguas del río para que las gentes recibieran un bautismo de conversión.
- ¿Este Juan es aquel que nació de la pareja de ancianos?
- El mismo.
Y se acercaban hasta el Jordán para ser bautizados porque, quien había nacido como él nació, algún poder tendría el agua que vertía sobre sus cabezas.
El resto, ya lo sabemos.