Efrén, el cantautor (9 de junio)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Si lo hubiese sabido antes, quizá antes lo hubiese colocado en ese altar particular que he construido para los santos que me tocan la fibra. Y Efrén es uno de ellos, por lo de poeta y por lo de músico. Únicamente le faltaba el pincel para que hubiese completado esa trilogía artística, espiritual, que me enloquece. Pero ya con estas dos debilidades del santo, y mías, me conformo para alzarlo sobre mi altar.
Y es que de poetas, músicas y locuras todos tenemos un poco. Pero Efrén tuvo mucho, pues esas debilidades artísticas casi siempre son emparentadas con la extravagancia, si no directamente con la locura.
- ¿Qué haces, Efrén?
- Componiendo.
- ¿Componiendo? ¿Para qué?
- Para que canten en las iglesias.
Se trataba de una osadía, pues nos encontramos deambulando los años trescientos y en aquellos tiempos eso de cantar en los templos, y eso de leer otras cosas que no estuvieran escritas en los libros sagrados aparentaba sospecha, cuanto menos, osadía.
Pero no. Pronto se dieron cuenta de que los ritos litúrgicos, adornados con himnos poéticos y con músicas acordes no solamente tenían más alegría sino también más belleza, y como la alegría y la belleza jamás estuvo reñida con la oración, así sea la oración ritual, la osadía del poeta cantor comenzó a tomar cuerpo.
Dicen que para componer, y para escribir, prefería la soledad. Esto también es virtud común. Porque hay que piensa que la música es ruido, solamente ruido, y no meditación. Y también quienes sospechan que la poesía es solamente metáfora, no realidad, cuando se trata de una realidad espiritual vestida con el único traje que le cuadra: el de la metáfora.
Pues sí, hoy ya no concebimos una liturgia sin el sonido del órgano como ambiente espiritual, ni una misa de altura cantada por escolanía, ni un coro del que no fluyan los cantos gregorianos, ni unos feligreses hayan aprendido de memoria canciones a son de guitarra y con ritmo de percusión. Por eso digo que este Efrén, poeta, músico, compositor, alegría y osadía se convirtió, muy a su pesar, en precursor de toda la música sagrada que desde entonces prosperó.
No llegó a sacerdote. El Diaconado fue su oficio, porque en aquella época el diácono se daba más a las cosas del común que los propios presbíteros; digo cosas del común refiriéndome a la atención de los desprotegidos, enfermos y menesterosos, a quienes Efrén se dedicó con igual entusiasmo que a escribir poemas en honor de la Virgen y de Cristo y a emborronar pentagramas para que las gargantas entonaran las alegrías que producen las creencias.
¿Qué milagros hizo para que ahora lo consideremos santo? Esta es una pregunta innecesaria, pues toda música es milagro sonoro y toda poesía milagro de la pluma. No pidamos más milagros que estos son suficientes, y de los mejores. Todas las alegrías que producen los cánticos bien cantados y todos sinsabores que eliminan los versos bien leídos son milagros diarios, y sus autores bien merecen el altar.