Medardo y los ladrones (8 de junio)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Pues nada, que los ladrones la tenían tomada con él. Como era incapaz de hacer mal, los rateros, ladrones, estafadores, aprovechadores se aprovecharon de sus pertenencias, pues sentían impunidad. Medardo no acusa, Medardo no calumnia, Medardo no levanta la mano, así es que lo que se le quite a Medardo es ganancia segura.
Pues no, no resultaba ganancia segura: ¿Recuerdas cuando me robaron la vaquilla? Había colocado una esquila en el pescuezo del animal para saber yo por donde andaba, para que no se adentrara en pastizales no permitidos, pero la dichosa campanilla resultó el reclamo del ladrón. Ahí está la vaquilla del cura. Y se acercó el ladrón al animal, lo despojó de la campanilla, y se lo llevó con él. Pero la campanilla no dejaba de sonar. Sonaba escondida entre los matorrales, sonaba bajo la tierra, en ese hoyo que cavó el ladrón para enterrarla, sonaba dentro de un manojo de heno, donde también quiso disimularla. No sabía qué hacer el ladrón con aquella esquila que, la escondiera donde la escondiera, no dejaba de sonar. Así que no le quedó más remedio que tomarla de nuevo, colgarla del pescuezo de la vaquilla y traérmela.
- ¿Se había extraviado?
- No, padre. Quise robársela, pero la campanilla, la escondiera donde la escondiera, no dejaba de sonar.
Me reí.
- ¿Se burla de mí, padre?
- No, muchacho. Es que no sabes distinguir el sonido de las esquilas.
- ¡Puedo jurarle que sonaba!
- Puedo asegurarte que ese sonido no era de la campanilla de mi vaca sino que procedía de tu conciencia.
Y el sonido de la esquila de la conciencia del ladrón logró el milagro de la devolución de lo robado.
Así cuentan que sucedió, y en estos milagros yo sí creo. No son aconteceres estrambóticos, no es necesario una súplica a un poder extraño para que las cosas se den como tienen que darse. La conciencia es el milagro que siempre habla y, quien no quiera escucharla, peor para él.
Algo semejante ocurrió cuando intentaron robarle la cosecha de uvas, e igual cuando pretendieron robarle la miel de sus colmenas. Tuvo Medardo que intervenir para que las abejas no se cebaran en los ladrones.
Este Medardo, hijo del siglo VI, era hombre de campo, sacerdote de campo, sabedor de lluvias y cosechas, y de granizadas. Los labradores acudían a él, siendo sacerdote como era, para que les echara una mano cuando el desequilibrio de los temporales, para que las cosechas no se helaran, o para que la tierra reseca tuviera regadío. Y dicen que su saber campestre dio buenos resultados. Miraba a las nubes y diagnosticaba: Mañana llueve. Observaba el ir y venir del viento y pronosticaba: Mañana nos deja el temporal. Y dicen que así sucedía. Por eso lo llamaban milagrero, y por eso, todavía hoy, los campesinos franceses le rezan para que las lluvias no se desvíen de las estaciones, los viñedos crezcan y maduren en el tiempo correcto y los ladrones continúen escuchando la campanilla que suena desde la conciencia.
Fue, por eso, un santo muy campesino, muy de la naturaleza, muy a ras de las circunstancias, muy hacedor de los milagros de socorrer a quien la necesidad lo atosigaba. Fue un santo de los que se dan sin mayores estridencias