Caracciolo, o el cambio del agenda (4 de junio)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Quiero decir que escribió la agenda al revés. Y no por espíritu de contradicción sino por espíritu innovador. Pero las innovaciones no lo son para todos, y lo que para uno es avance para el otro retroceso. O sea, que cada cual escribe su agenda a su gusto, que no siempre son sus necesidades. Era el siglo XVII.
Lo suyo, como lo de tantos otros iluminados, fue poner orden en la agenda juvenil de su tiempo, escribir modos de comportamiento alejados de los usuales, cambiar las normas imperantes por las verdaderamente operantes. Quiero decir: lograr comprensible lo que aparentaba incomprensible para la mayoría.
Veamos una agenda normal para nuestros tiempos normales: Primero, estudia la carrera que te dé pasta, que es el mejor y único aval para andar por la vida; el dinero abre todas las puertas inclusive las que no aparentan dinero. Segundo, alterna todo lo que puedas, relaciónate, entre trago y trago siempre hay resultado. Tercero: cultiva las influencias; hoy día no se puede llegar a la cumbre si no hay quien te encumbre; así es que ya lo sabes, pon en práctica estos mandamientos, y a mandar.
Eso de meter en una agenda cosas como el sacrificio no va. Lo que va, por ejemplo, es acudir al psicólogo, o al siquiatra, cuando hay confusión en la cabeza, pero eso de entrar en el templo y hablar con Dios de tú la tú, sin otras pretensiones, tampoco cuadra. La factura del diván parece más milagrosa que la del examen de conciencia. LY lo peor que pueden decirte, es eso de inútil, eso de que no has sabido promocionarte, eso de para qué quieres los contactos, eso de con el mazo dando, aunque no ruegues a Dios. Así es que, hoy día, las agendas hay que escribirlas con la caligrafía moderna de los renglones que conducen al éxito.
Pues viene este Francisco Caracciolo y confecciona una agenda para corregir a aquella que parecía haberle escrito su cuna, su procedencia: era de familia adinerada, transitando los caminos del comercio; le empujaron por los caminos de la política, pues el comercio y la política son perfectos aliados para el triunfo; le inculcan lo de las fiestas, por lo del alterne, por lo de las relaciones, por lo de las consecuencias; lo impulsan hacia el éxito, porque comercia y política sin éxito es fracaso. Pero le jugó una mala pasada la enfermedad. Esa piel tan tersa y juvenil se le vuelve un asco. ¿Dónde acudir con piel así?. Se habla hasta de lepra, y estas ya son palabras mayores, inclusive para el éxito. Así es que el joven solicita el milagro y el milagro viene: retorna la tersura, retorna la jovialidad, retorna el futuro en puertas. Pero él se empeña en cambiar de agenda. Y escribe:
1. Que cada día, alguno de mis religiosos haga ayuno.
2. Que cada día, el joven que quiera seguirme, se detenga una hora en el templo, para escribir el camino por el que tiene que transitar.
3. Y que cada uno de los que ingresen en esta comunidad prometa no aspirar ni a cargos importantes ni a puestos altos.
¿Dónde ha quedado el proyecto político? ¿Dónde el comercial? ¿Dónde el restaurante donde se cuadran los negocios? ¿Dónde los salones de alterne donde se cuadran las relaciones?.
Pero mira por donde, muchos lo siguieron. Muchos que posiblemente habían sido educados bajo la misma condición del triunfo fácil. Muchos que podían presumir del apellido, de la empresa de papá, de la muchacha para el casamiento, de esas cosas. Lo siguieron y formaron comunidad con una agenda que juvenil que hoy no se comprende. Y tampoco entonces, para qué engañarnos.