Marcelino, el albañil (6 de junio)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Caminaban los dos por el patio de seminario con la cabeza gacha, escondiendo la nota. Iban los dos sin ánimos, pues qué ánimos pueden tener dos muchachos con aquellas calificaciones que les hablan de expulsión. Iban los dos, y se sentaban en cualquier poyo, con la mirada caída, esperando que los llamara el rector y les dijera:
- No sirven para estudiar. Así es que se ha decidido que es preferible que vuelvan a sus casas.
Eso de volver al pueblo podría constituir el primer fracaso, aunque ni Marcelino ni Juan se sintieran fracasados. Se trata de Marcelino de Champagnat y de Juan María Vianey, que es lo mismo que decir: se trata del fundador de los Maristas y del Cura de Ars. Nadie apostaba por ellos absolutamente nada, ni ellos mismos. Ni su familia. A Marcelino se lo había dicho su padre:
- Muchacho, tú no sirves para estudiar. Lo tuyo es la albañilería, el campo.
Así es que esta vuelta a casa no sería intempestiva.
- ¿Seguro que podéis con los estudios –les preguntó el director.
- Podemos.
- ¿Seguro?
- Seguro.
No estaban muy seguros, pero lo intentaría.
Fueron aprobando a trompicones. Podrían llegar a curas pero una aldea rural sería el mejor acomodo. Allí no eran necesarias muchas luces para atender a los feligreses.
Y, efectivamente, ese fue su primer destino, el de los dos. Lo que nadie sospechaba era que el destino definitivo de ambos era la santidad. Con aquellos primeros pasos... ¿cómo apostar por ellos?
Me imagina a ambos de curas de pueblo. Para ser cura de pueblo, al menos tal como yo vi al cura del mío, tendrían que lidiar con todo lo que lidian los pueblerinos, desde sembrar y cosechar hasta ir colocando piedra sobre piedra para construir una tenada o para entejar un tejado. Y de eso Marcelino sabía. Fue peón de albañil en sus primeros años, y fue muchacho de criar corderos también en esos años primerizos.
- Padre, he comprado un cordero.
- ¿Y para qué lo quieres?
- Para engordarlo y luego venderlo. Y después comprar otros y venderlos también. Y con lo que ahorre, pues quiero estudiar.
- No sirves para el estudio, hijo.
- Lo veremos.
Era la cantinela. Y era lo que ahora comentaban Marcelino y Juan maría en el patio, con la cabeza agachada, pensando que los iban a enviar de vuelta. Pero continuaron y ya sabemos quién es quién. Marcelino quien ha dado a conocer la religión por el mundo, gracias a sus discípulos, los hermanos maristas, y Juan María dando a conocer en el mundo a un pueblo que se llama Ars, y que ya sabemos donde queda.
Marcelino comenzó con los suyos en una casucha, la ensanchó, y a su muerto, a los 51 años escasos, ya había construido cuarenta. Dicen que lo de albañil le sirvió. Ahora los Hermanos Maristas andan por los seis mil, y las casas repartidas por el mundo casi novecientas. Y no hace falta explicar ni quienes son ni que hacen. Todos llevamos a nuestra espalda un hermano marista. Y, quienes en pueblo nacimos y aprendimos las primeras oraciones en un pueblo, también nos alumbra la sombra de Juan maría Vianey, el Cura de Ars.