Isidro, el labrador (15 de mayo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

A este santo lo conozco. Este es tan allegado a uno que desde que naces te da la mano, que donde lo veas, lo reconoces. Este es santo de tierra adentro, de donde los surcos se ven, de donde la mies se palpa, de donde el ganado pastorea. Este es santo de manzana en mano, a agachar el lomo para escardar la tierra, de guiar el arado, de llamar a los animales por su nombre. Este es santo de varear la lana, de curtir los cueros, de cepillar los travesaños, de atajar las goteras de las cuadras, de tomarse un chato al atardecer, de rezar el Ángelus al toque de las campanas. Este es santo de piel curtida por la intemperie, de manos ajadas, de alforjas al hombro, de cantimplora, de cantar coplas cuando llega el descanso.
A este santo, Isidro, lo he visto desde que nací, madrugador, a lomos de mulo, abriendo portillos, encerrando apriscos, segando y acarreando la mies. Es santo de vendimia y aceituna, de regadío, de quitarse el traje de faena los domingos para salir de la casa al primer toque de la campana a misa mayor. A este santo lo conozco con muchos nombres, unos más a flor de piel, otros más en la lejanía, cuando lo ves, allá, lejos, casi en el horizonte, camino de ida o de vuelta.
Isidro nació por los alrededores de Madrid cuando Madrid tenía alrededores, y cuando a Madrid se llegaba por caminos, y cuando a la villa llevaban las recuas las hortalizas. Por eso es fiesta en Madrid de un patrono que ya no tiene tierras para labrar porque todas se las ha comido el asfalto. Es el santo de la agricultura y, por ende, del sustento. Es el santo del pan nuestro de cada día, y que no falte. Es el santo del campo y del milagro del campo.
Fue jornalero del campo desde que quedó huérfano, a los diez años. A esa edad arreaba las yuntas, marcaba los surcos, espigaba las espigas, y pasada un poco esa edad se enamoraba como se enamoran los campesinos, de campesina. Y con ella se casó. Y con ella tuvo hijo.
Era buen jornalero y su trabajo menguaba, pero sus compañeros lo tenían en menos:
- Patrón, que el Isidro llega tarde todos los días.
- ¿Llegas tarde, Isidro?
- Sí, patrón, por la hora de la misa.
- Los días de diario no son fiesta de guardar.
Pero seguía llegando tarde. Hoy, en Madrid, el empleado no puede decir que llega tarde por culpa de la misa, porque ese es un pecado contra el horario establecido, y se pena con el desempleo.
Llegaron los mahometanos a Madrid e Isidro tuvo que agarrar sus bártulos y buscar otras tierras. Otra vez jornalero y nuevamente la envidia de los compañeros, por rezar. Nuevamente los regaños del patrono.
¿Cuáles fueron los milagros de este santo madrileño? Pues, los del trabajo. Los de la familia, los del empleo. Y por eso lo fue. Su milagro consistió en curtirse en cuero para alimentar a los suyos y para, con lo que no le sobraba, alimentar a otros.
Murió como mueren todos los labradores: con el milagro encima del deber cumplido. Como murieron mis abuelos, mis tíos y todos los que, desde que nací, me enseñaron a contemplar al campo como un milagro: el milagro del pan nuestro de cada día. Y que nunca falte.