Juan, el de Nopomuc, o los pecados de la reina (16 de mayo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

¿Qué pecados puede cometer una espesa para las sospechas del esposo? ¿Qué sospechas puede tener un esposo, y más siendo rey, cuando la esposa se confiesa? Se confiesa la esposa, reina, de Wenceslao, rey de Bohemia, y es esposo sospecha. Siempre las mujeres se han confesado más que los hombres, al menos a ojos vistas, y siempre me he preguntado por qué. ¿Más pecadoras? Sospecho que no. ¿Más sensibles ante las faltas, por más veniales que sean? Puede que sí. Parece, no obstante, que el pecado está más del lado de los hombres, ya que el de las mujeres aparenta menos peligroso, más rutinario, más de todos los días, más oculto quizá, más a puerta cerrada quizá, o a pensamiento oculto, o quien sabe. El hombre es más presuntuoso para pecar. Como si el pecar fuera de su propiedad. Pero no se confiesa.
Las reinas solían tener confesores muy personales, ejemplares confesores, de virtud probada, de confianza plena; confesores con todas las de la ley, con un poquitín, al menos, de halo de santidad reconocida, que no siempre es la mejor santidad. Los palacios tienen muchos pasadizos, corredores, estancias personales, esas cosas. El rey no transita con frecuencia por esos vericuetos. Y sale de campaña. La reina no. Cuando el rey sale, la reina se queda, y el confesor siempre está presto.
¿Qué pecados cometerá esta reina en la mente de Wenceslao que el rey está que arde, que no se fía, que quiere saber? ¿Qué sospecha el rey? Si los pecados reales femeninos son de poca monta, pues que ella se los confíe. Y si no, también. Para eso es rey y para eso es matrimonio bien avenido.
Pero no. Dicen que el rey es celoso, y ese es un pecado que nunca se confiesa y que resulta muy difícil de erradicar. Padre Juan, ¿de qué se confiesa la reina? El confesor sonríe. Esas son cosas que no se dicen, aunque la mirada de Juan insinúa que de nada, tonterías, cosas de mujeres, y hay de qué preocuparse. Los celos no dejan razonar y el monarca insiste: ¡Exijo que me diga cuáles son los pecados de la reina!
Juan calla y Wenceslao amenaza. Tendré que castigarte, Juan, tendré que mandarte al destierro; un rey debe saber lo que ocurre en palacio, aunque sea en las estancias más íntimas, un rey jamás debe estar al margen.
Calla Juan, nacido en Nopomuc, de ahí que le apoden el Nepomuceno, y el rey lo amenaza. Y como no puede por ese flanco del sigilo se encamina por otro:
- Quiero ese monasterio y sus tierras. Tengo quien se haga cargo –ordena el rey.
Pero Juan tampoco. Los bienes de la Iglesia son de la Iglesia y ni el rey puede ponerle las manos, y menos para dárselas a familiares.
- Pues que lancen al padre del confesor de la reina al río, para que escarmiente el hijo.
El padre de Juan muere ahogado y el monarca insiste: ¡ya ves cómo me las gasto!, ¡quiero conocer los pecados de la reina! Juan es terco. No cede. ¿Qué pecados tan secretos tendrá la reina que el monarca no puede enterarse? Y el confesor no cedió. Mal trago se ha llevado el monarca. Tan malo que se va a la tumba sin saber de los deslices veniales de la reina. Y todo por culpa de este empecinado confesor. Así les que el rey perdió la batalla y Juan, el nacido en la Bohemia, se ha convertido en el patrono de los confesores, es decir, de todos los que saben guardar los secretos para no perjudicar. Los pecados no se venden, pensó Juan. O lo dijo. Es igual. Pero no se venden. Y quienes los venden no son confesores sino mercaderes.