El pecado de informar

Autor: Adolfo Carreto

 

 

Me había prometido no ahondar en estos temas, pero sucumbo. Sé que la información es algo muy delicado, toda la información lo es, pero la periodística, por su alcance, y por sus consecuencias, más. Sé que no es ético airear todos los pormenores, sobre todo cuando no vienen a cuento, sobre todo cuando perjudican a los protagonistas más de lo que los favorece. Sé que hay medios que se van por la tremenda, que únicamente buscan informaciones sesgadas, esas que momentáneamente hacen pupa, esas que escandalizan, también momentáneamente, esas, en definitiva, que venden. Cuando una noticia es tabulada únicamente por su poder de compraventa, malo. Un periodista, cuando desecha la verdad para dar prioridad a un titular macabro, de primera página, eso que llaman exclusividad pero que a veces es mentira, o media verdad amañada, pierde su identidad. De ahí que no deseaba referirme a este tema, porque duele. No todo es publicable, por muy comercial que sea, y menos si es por su comercialidad. Eso creo.

     Pero eso de poner censura a la prensa sin más, para no ver lo que es obligatorio ver, para no estar al tanto de lo que verdaderamente pasa, para que no se aireen los descalabros por la ineficacia de quienes tenían que ser, por profesión eficaces, resulta un pecado imperdonable.

     Y también el nefasto Katrina ha vuelto a airearnos este renglón. Se queja la organización Reporteros sin fronteras acerca de la violencia ejercida por los órganos policiales norteamericanos contra los periodistas que han ido a cubrir las fuentes del desastre en Nueva Orleáns. Aseguran que se trata de un clima de inseguridad generalizado. Y su pecado consiste en fotografiar lo que ven, inclusive el comportamiento de la policía, inclusive el enfrentamiento a disparos entre las fuerzas del orden y el desorden generalizado que campea por las calles. Al parecer, las autoridades no quieren airear esas visiones. Prefieren que se diga que se establece el orden, pero que se oculte el cómo. Prefieren que se diga que hay muchas necesidades pero no que se diga que no hay forma de remediarlas, o que no están remediándose en forma. Quieren que se vea cómo el presidente desciende del avión y aventura unos pasos por entre los escombros, pero no quieren que se diga que a destiempo. En una palabra, las autoridades están empeñadas en que se vea y se lea lo que ellos quieren que sepamos y veamos. Que no suele coincidir con lo que el reportero señala.

     Por eso la censura, por eso la violencia policial contra los reporteros, por eso el arrebatarles sus cámaras, por eso el sustraerles de sus carnés que los acreditan como profesionales de la información libre, no de la camuflada, por eso el intento para que estemos informados medianamente, o malamente.

     ¿Uno se pregunta: qué es lo que las autoridades pretenden que no sepamos? ¿Qué nuevas censuras estamos inventando? Me temo que este desaguisado autoritario no lleva a buen puerto, pues cada vez que se arremete a un periodista, a ese concretamente que está entre dos fuegos, para que se censure a sí mismo, la verdad termina convirtiéndose en más verdadera. Y todo, antes o después, termina sabiéndose. Como se supo lo de Irak por aquellas famosas fotografías, como se supo lo de la inexistencia de bombas nucleares inventadas únicamente para intervenir, como se sabrá todo lo que se sabrá. Porque, aunque no toda la información, como dije, es verdadera, a la verdadera no se le puede poner coto.

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