Félix, El "Gracias a Dios" (18 de mayo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

- Mira quién viene por allí.
- ¿Quién?
- El hermano “gracias a Dios”.
Le pusieron ese apodo y a él le gustaba tanto que se lo hubiese dejado de apellido oficial se hubiese sido posible. Pero ni en pueblos ni en ciudades italianas se ha borrado ese sonsonete del “gracias a Dios”, atribuido a Félix, el pastor de Cantalicio, pueblo como cualquier pueblo.
Fue el trabajo que el superior le encomendó en el convento.
- Si desea entrar en religión como hermano tendrá que transitar calles y aminos solicitando limosna para los pobres. ¿Acepta?
- Pues claro.
Fue su profesión de fe. 
Contaba lo que le daban. Hoy satisfecho, ayer no tanto, mañana será mejor día. Contaba lo que le daban. Si fuera para él pudiéramos pensar en pecado de avaricia, pero contaba las monedas, la comida, las ropas, contando los rostros de los necesitados. Este vestido para la hija de Pietro, estas monedas para la familia Fellici, esta comida para Reginaldo, que el duerme bajo el puente. Los necesitados para este fraile franciscano tienen nombre, tienen lugar de camino, tiene sitio para acurrucarse cuando llega la noche, tiene necesidad con nombre. Tienen enfermedad. Uno gastroenteritis, aquella mujer flujos incontrolados, Filipo perdió una pierna y ahora, para alimentar a siete, le cuesta. Este trabajo de intentar remediar las necesidades de la gente nunca se da abasto. La necesidad no remediada engendra más necesidad. Y Félix, el de Cantalicio, no halla cómo atajarla.
En el trato con sus compañeros, dentro del convento, era de otro temple. La necesidad no puede restar el buen humor, porque con mal humor la necesidad se prolonga todavía más. Dicen que Juan de Neri, santo también, le dijo un día:
- Fray Félix, que te quemen vivo los herejes, para que te consigas un gran puesto en el cielo.
- Padre Juan, que lo picadillen a usted los enemigos de la religión para que así se consiga una gran gloria en la eternidad.
Morir sin necesidad no es acto de virtud, ni conduce al martirio. Eso lo saben tanto Juan de Neri como el hermano Félix. Y sonríen ambos.
Hasta el último día lo llamaron el hermano “Gracias a Dios”. Todavía hoy continúan llamándolo. Y él, a mucha honra. Cuando alargaba la mano y le daban lo poco o lo mucho, la respuesta era la misma:
- Gracias a Dios.
Y la sonrisa también. Porque aquello iba destinado a alguien que no podría sonreír a su bienhechor. Ahí estaba el hermano Félix para hacer de la sonrisa una acción de gracias para el caritativo. Gracias a Dios y a usted decía la palabra del hermano lego y su sonrisa. Y se iba con el milagro en pos del necesitado.