San Ivo, era abogado y no era ladrón (19 de mayo)

Autor: Adolfo Carreto

 

 

No lo digo yo, lo dice la canción:
San Ivo era bretón
Era abogado y no era ladrón,
¡Santo Dios, qué admiración!
Digo que lo dice la canción, y en aquel siglo, cuando los juglares hacían de las suyas con sus letras y diatribas, y los saltimbanquis danzaban para corroborar las coplas, y los contadores ambulantes de cuentos contaban los dimes y diretes de las gentes, y los trovadores ponían música a cuanto escándalo feudal quería secretarse, y cuando en las tabernas se comentaba lo que se comenta en todas las tabernas de todos los tiempos, la canción prosperaba por aquellos lugares: era abogado y no era ladrón.
Mi amigo Valentín era de Cardeñosa de Ávila y terminó siendo abogado. Un abogado de Castilla, recio como la piedra de su pueblo, recio como el vía crucis de cruces talladas para cada estación, que son esas cruces como los árboles de ese pueblo de astilla que se cimenta en sí mismo, y se construye sobre las raíces de pedregal. Era de allí Valentín y ejerció la abogacía por estas tierras caribeñas, donde tan difícil es ejercer una profesión cuando se camina sobre arena movediza. Y mi amigo, que murió de un infarto y todavía no sé por qué, porque tranquilo era a rabiar, y conciliador no se diga, y hombre de casa y de los hijos por excelencia, y catedrático aconsejando a que los discípulos se corrigieran a sí mismo, porque ¿qué vamos nosotros a corregirles, Adolfo, si ellos no quieren corregirse? 
Por eso no puedo menos de emparentar en la profesión y en el ejercicio de la vida a mi amigo, el de Cardeñosa, y a San Ivo, el bretón. Ambos se daban de la mano en eso de impartir justicia, y ambos se quedaban sin cobrar cuando se ganaba o cuando se perdiera si el pleiteante o el pleiteado no tenían con qué. 
- ¿Qué nadie lo defiende porque no tiene con qué pagar el pleito? –se quejaba mi amigo, se quejaba San Ivo, se quejan, lo sé, todavía hoy tantos y tantos defensores de la justicia para quienes la toga y el birrete no son más que una obligación, no un privilegio.
San Ivo, me cuentan, estudio en París, y mi amigo, Valentín, en Ávila, Madrid, Londres, Hong Kong y Venezuela. Así que leyes en la cabeza tenía a montones, y también la experiencia de cómo se impartían aquí y allá, “porque el derecho, Adolfo, es muy retorcido”, me decía.
Dicen que San Ivo visitaba las cárceles, mi amigo también, me consta; dicen que San Ivo no aceptaba regalos de clientes, mi amigo tampoco, me consta; solamente acepto un rosario de una viejecita a quien ayudó en una finca que querían quitársela:
- ¡Para que Dios me lo proteja siempre, mi hijo!
Y Valentín decía que era el cheque en blanco mejor ganado.
Dicen que San Ivo intentaba que los contrincantes se arreglaran, entre ellos, por las buenas, porque aunque se gane, si se gana por las malas, nunca se gana; y Valentín también, puedo jurarlo. Así es que en este día no sé con quién me encuentro, si con Ivo o con Valentín. Aunque pienso que ambos son el mismo. Yo estoy convencido que Valentín fue santo, le pese a quien le pese. Y por eso le rezo tanto cuando recuerdo hasta los pecados que cometimos juntos, esos de la juventud que terminan siendo virtudes.